OPINIÓN: El día que hice llorar a José José
Nota del editor: Fernando Rivera Calderón (Ciudad de México, 1972). Escritor y músico mexicano. Autor del Diccionario del Caos y del poemario Llegamos tarde a todo. Conductor de La Hora Elástica que se transmite por TV UNAM y alter ego de Monocordio. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(Expansión) — Hay momentos en la vida que hacen que todo valga la pena. Uno de ellos fue el día que conocí a José José y le pude cantar una canción. Lo íbamos a entrevistar en la radio y decidí hacerle un pequeño homenaje. Debo reconocer que estaba muy emocionado, José José es mi Elvis.
Aquella tarde, El príncipe llegó a la estación de radio con sencillez y buen humor, nos habló de su salud, del amor, los excesos y la vida. Lo escuchábamos como quien escucha a un profeta de otro tiempo. Su voz quebrada nos quebraba al recordar los tiempos en que cantaba como un ángel caído del cielo. Y entonces llegó el momento de cantarle su canción. José José se puso los audífonos y yo me senté al piano y empecé a cantar con la melodía de Gavilán o paloma, de Rafael Pérez Botija.
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No dejabas de cantar esas canciones,
en ellas diste todo hasta la voz,
te hemos escuchado por generaciones
de corazones rotos por amor.
En medio del remolino que viviste
bebiste y descendiste al dolor,
pero esa emoción tú nos la compartiste
cada vez que cantabas tu canción.
Amiga, hay que ver cómo es el amor…
Dime quién no ha llorado con tus canciones,
estás en el soundtrack de mi corazón;
para sobrevivir a tristes decepciones
tu voz es medicina y da calor
Al mirarte hoy no me siento desengañado,
nunca conocerte imaginé,
y por eso hoy que estás a nuestro lado
pido un aplauso para José José.
Amiga, hay que ver cómo es el amor…
Conforme iba cantando, José José asentía con la cabeza; tras algunas estrofas, se reía y se emocionaba. En el coro final se puso a aplaudir llevando el ritmo de la canción y todos cantamos a su alrededor. La vitalidad del alma que no caduca como el cuerpo.
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Cuando terminó gritó y aplaudió mientras yo me ponía de pie y le hacía reverencias. Entonces me dijo: “Nunca me había pasado una cosa así y tengo desde el año 1969 haciendo radio, ¡Dios te bendiga! Gracias, porque nunca imaginé significar algo así para un compositor, para un pianista, para un hombre normal, común y corriente, que sufre, que se enamora y que lo dice como tú lo acabas de decir. Dios te bendiga por lo que me has hecho sentir ahora a mí”.
Para entonces yo tenía mi mano en el corazón y los ojos nublados. No podía creer que ese hombre hermoso al que admiro y que me había acompañado tantas veladas dolorosas sin saberlo, estuviera diciéndome esas palabras. Llevaré ese momento conmigo hasta el día en que me muera y hoy solo de evocarlo me vuelve a llenar los ojos de lágrimas. Nunca dejaré de agradecer haber tenido la oportunidad de cantarle y de decirle lo importante que ha sido en mi vida y en la de millones de corazones rotos que andamos vagando por ahí en La nave del olvido.
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