OPINIÓN: Lo que los presidenciables deben saber para que México crezca
Nota del editor: Alfredo Coutiño es director para América Latina en Moody’s Analytics. Lo puedes seguir en Twitter como @AlfredoCoutino. Las opiniones en esta columna son de la exclusiva responsabilidad del autor y de ninguna manera deben ser atribuidas a la institución para la cual trabaja.
(Expansión) — ¿Porqué México no ha crecido más en las últimas dos décadas? Porque sus gobiernos no lograron impulsar la verdadera fuente del crecimiento económico. ¿Porqué México podría no crecer más en el próximo sexenio? Porque los candidatos a la presidencia podrían sustentar su programa económico en el factor equivocado para generar crecimiento.
El éxito de cualquier programa económico depende en gran medida de un diagnóstico correcto de la realidad económica. De tal manera que una vez determinada la problemática, el programa se construye con medidas y políticas enfocadas a resolver las debilidades. Cuando el dignóstico es incorrecto, la medicina resulta inefectiva porque se enfoca a resolver un mal que no existe o bien a atacar la consecuencia y no la causa del problema.
La única fuente fundamental del crecimiento económico es la acumulación de capital productivo. Un país puede tener muchas riquezas naturales, pero de poco sirve si su población no tiene los medios para explotarla como tampoco las habilidades para hacerlo. Cualquier negocio no puede prosperar si las ganancias no se reinvierten. Un gobierno no puede generar ahorros si permanentemente gasta más de lo que recauda y en lugar de generar inversión incurre en endeudamiento. Al final, la generación de riqueza siempre gira en torno a la inversión.
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La capacidad productiva de un país depende de la acumulación de capital productivo que se tenga, y ello depende tanto de la inversión en capital físico como humano. Así, de poco sirve tener la mejor tecnología si no se tiene la fuerza laboral capacitada para operarla, pero también de poco sirve tener súper ingenieros y científicos si no se invierte en investigación y desarrollo tecnológico. De tal forma que, la expansión de la capacidad productiva de un país no solo implica ampliar la infraestructura física sino también invertir en mejorar la calidad de los recursos humanos a través de una mejor educación y capacitación.
Si la economía mexicana no ha podido crecer más allá de un 2.5% anual es porque los gobiernos en turno no fueron capaces de aumentar la inversión, ya sea porque no generaron ahorros o porque no convencieron al sector privado para hacerlo. Por ejemplo, de 1995-2000 la inversión fija aumentó en 5 puntos porcentuales del PIB y la economía creció a una tasa promedio de casi 3.5%; de 2001-2006, la inversión aumentó solo 1.7 puntos del PIB y la economía creció solo 2%; de 2007-2012, la inversión aumentó en 0.7 puntos del PIB y la economía creció 1.8%; y de 2013 a 2017, la inversión prácticamente no creció como proporción del PIB y el crecimiento fue de 2.5%.
A pesar de que en este último sexenio el coeficiente inversión-producto no avanzó, el crecimiento de la economía fue ligeramente mayor , pero solo como un resultado estadístico generado por el cambio de metodología. En general, desde 2001 la anemia de inversión ha limitado la expansión de la capacidad productiva y por ende el crecimiento de la economía.
Así, la causa fundamental del bajo crecimiento económico del país está en la baja acumulación de capital productivo generada por la insuficiente inversión. Este ha sido el problema no resuelto de la economía mexicana durante las últimas dos décadas. El diagnóstico es claro, por lo que la solución también debería ser evidente: la inversión es la única fuente generadora de capacidad, de productividad, y de cambio tecnológico. Sin inversión no hay expansión económica, no hay avance de la productividad, como tampoco existe progreso tecnológico. Por lo tanto, la inversión es la causa y los otros tres factores son la consecuencia.
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En este sentido, un programa económico que se centra en la búsqueda de la productividad antes que la inversión, es un programa mal diseñado porque la productividad es solo un resultado y no una causa. De hecho, en una función producción, la productividad no es más que una medida de nuestra ignorancia para explicar aquella parte del crecimiento del producto que no es explicada por los factores productivos (trabajo y capital). Es algo que representa la eficiencia en el uso de los factores productivos y que por ende es un residual en el crecimiento del producto.
Por ello, tomar a la productividad como eje rector de un programa económico no solo representa un error conceptual sino incluso deriva de un error de diagnóstico. En gran parte, es por esto que el programa económico 2013-2018 ha fallado no solo en promover el crecimiento de 5% que se propuso como meta, sino también en expandir la capacidad productiva más allá de una tasa potencial de 2.5% como la actual. Precisamente, porque a pesar de todo el cúmulo de reformas en marcha, el coeficiente inversión-producto no aumentó: ni el gobierno generó ahorros ni el sector privado tuvo incentivos para invertir más. A pesar de toda la euforia deliberadamente promovida por aquel mal llamado Mexican Moment, la inversión total como proporción del PIB no aumentó en los últimos cinco años.
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Por lo tanto, quienquiera que sea el candidato ganador de la elección presidencial de 2018 –de izquierda, centro, o derecha– no podrá resolver el ya añejo problema del crecimiento mexicano si comete tres errores. Primero, si no tiene el diagnóstico correcto de la realidad económica del país. Segundo, si el programa económico no toma como eje rector a la inversión. Tercero, si en lugar de estimular la inversión la ahuyenta con medidas que en lugar de promover el progreso lleven a un retroceso.
Por último, el país necesita modernización, pero en todos los sentidos, incluyendo instituciones, leyes, y política económica. La economía necesita liberarse de las limitaciones que ahora le imponen marcos de política que fueron creados para otras épocas del pasado. El país ya logró dejar atrás los tiempos de crisis recurrentes e inestabilidad que requirieron programas férreos de ajuste económico.
Es tiempo de dedicarle atención a la promoción del crecimiento. Sin embargo, cuando el crecimiento deje de ser un objetivo implícito de la política económica para convertirse en un mandato constitucional, entonces el país estará en posibilidad de empezar a reconstituir el bienestar perdido y poner la política económica al verdadero servicio de los mexicanos.
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