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OPINIÓN: Así es la vida de las niñas refugiadas

Quienes viven esta situación no esperan pasivamente ayuda, sino que buscan activamente maneras de ser parte de la recuperación de sus países, comenta Angelina Jolie.
mié 29 agosto 2018 02:17 PM

Nota del editor: Angelina Jolie es la Enviada Especial del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Se focaliza en grandes crisis que provocan desplazamientos masivos de población, y representa al ACNUR y al Alto Comisionado a nivel diplomático. Las opiniones aquí expresadas son exclusivas de su autora.

(CNN) - Las familias de refugiados soportan innumerables formas de angustia mental y física, incluido el dolor de no poder alimentar a sus hijos cuando tienen hambre o proveerles medicamentos cuando están enfermos o heridos. Pero también he visto cuánto sufren los padres refugiados cuando no pueden enviar a sus hijos a la escuela, sabiendo que con cada año que pasa, sus perspectivas de vida se reducen y su vulnerabilidad aumenta.

En un nuevo informe, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), advirtió que un creciente número de niños refugiados no está recibiendo educación. Si bien las implicaciones son graves, nuestra respuesta no debe ser desesperar, sino ver una oportunidad.

La crisis mundial de refugiados es un gran desafío para nuestra generación, pero la tarea no es imposible. Los propios refugiados no esperan pasivamente ayuda, sino que buscan activamente maneras de ser parte de la recuperación de sus países. La educación es clave para ayudarlos a hacer esto.

OPINIÓN: Proteger a los niños refugiados es una prueba de nuestra humanidad

La contrastante vida de dos niñas sirias que conocí me hizo entender la importancia de la educación.

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La primera era una niña que llegó a Líbano con sus cinco hermanos cuando tenía 11 años. Su madre había muerto en un ataque aéreo y los niños fueron separados de su padre. Sin un adulto que llevara comida a la mesa ella pasaba los días vendiendo basura y asumía el trabajo agotador de buscar agua, cocinar y limpiar para que sus hermanos pudieran ir a la escuela.

Tuvo que dejar de lado su sueño de convertirse en doctora: a los 14 años se casó y poco después se convirtió en madre. Actualmente no sabe leer ni escribir. Aunque la guerra terminara mañana, le han robado su infancia y el futuro que podría haber tenido.

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La segunda niña siria en la que pienso cuando escribo esto tenía 16 años cuando huyó con su familia a Irak. Su vida en el campamento era extremadamente difícil, pero pudo inscribirse en una escuela local. Las autoridades educativas iraquíes no reconocieron su certificado de bachillerato sirio, por lo que repitió ese último año de escuela.

Ahora estudia odontología en una universidad iraquí y todavía vive con su familia en un campo de refugiados. Cuando la conocí a ella y a su familia este verano me dijo que tan pronto como pudiera volvería a su tierra natal y ayudaría con su recuperación. "Siria necesita a sus jóvenes", dijo.

A menudo hablamos de los refugiados como una concentración de personas, una carga. No vemos el intrincado mosaico de hombres, mujeres y niños con sus diversos antecedentes e inmenso potencial humano.

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Hay millones de jóvenes refugiados con energía, deseo y compromiso de estudiar y trabajar, que desean contribuir a las sociedades que los albergan y, en última instancia, ayudar a reconstruir sus países de origen. Hay millones de padres desplazados que harán todos los sacrificios imaginables para ayudar a sus hijos a ir a la escuela.

Recuerdo a un padre que conocí en Mosul occidental, que se las arregló para proteger a su familia a lo largo de años de brutal gobierno de ISIS y la violenta liberación de la ciudad. Aunque no habían emigrado a Irak, y por lo tanto se clasifican como desplazados internos en lugar de refugiados, recientemente pudieron regresar a la ciudad. De pie, junto a su antigua casa en ruinas, luchó por contener las lágrimas de orgullo cuando me mostró las boletas de calificaciones de sus dos hijas que habían vuelto a la escuela.

Esto, pensé, es cómo reconstruir un país: no con acuerdos de paz y resoluciones, tan necesarios, sino con millones de boletas de calificaciones, exámenes aprobados, habilidades obtenidas, empleos conseguidos y jóvenes vidas dedicadas a un buen propósito en lugar de languidecer en los campamentos.

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Nadie sueña con ser un refugiado, sueñan con alcanzar su potencial. Anhelan superarse y un mejor futuro para sus familias. Esto es algo que todos instintivamente entendemos y con lo que nos podemos identificar. Experimentamos el poder de la educación en nuestras propias familias.

La falta de educación de un niño es una tragedia. Dado que muchas guerras duran más que lo que dura una infancia, esto significaría que un país pierde a toda una generación de jóvenes educados y capacitados.

Por el contrario, invertir en la educación de los refugiados es la forma más poderosa en que podemos ayudarlos a ser autosuficientes y contribuir a la estabilidad futura de países desgarrados por el conflicto.

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El ACNUR pide que los niños refugiados tengan acceso a un plan de estudios adecuado desde primaria hasta bachillerato para que puedan tener estudios reconocidos y la oportunidad de una educación superior.

Pedimos que se brinde más apoyo a los países de las regiones en desarrollo, que albergan al 92% de los refugiados en edad escolar del mundo, para que más niños refugiados puedan incorporarse en los sistemas educativos nacionales. Y exhortamos a las naciones más ricas a resolver los déficits en la financiación humanitaria, de suerte que los padres refugiados no tengan que elegir entre comer o educar a sus hijos.

Difícilmente pasa un día sin titulares sombríos sobre la violencia, el sufrimiento y el desplazamiento de personas, desde Afganistán hasta Yemen. Es difícil encontrar un solo ejemplo donde estemos teniendo éxito como comunidad internacional para terminar con los conflictos y asegurar la paz. El resultado a veces puede ser una sensación abrumadora de un mundo desequilibrado, en el que incluso nuestros mejores esfuerzos de alguna manera se quedan cortos.

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Sin embargo, la respuesta no es la desesperanza, sino trabajar de manera paciente, a largo plazo, guiados por nuestros valores, para derrotar problemas que parecen enormes e intratables. Si ayudamos a que los refugiados accedan a la educación, ellos mismos asumirán la tarea más difícil de reconstruir los países cuya paz y seguridad futuras son tan importantes para nosotros. Es el curso de acción tan sabio como moralmente correcto.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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