OPINIÓN: El capital simbólico de Joaquín Guzmán
Nota del editor: Silvia Márquez es coordinadora de Comunicación y Prensa en Ethos Laboratorio de Políticas Públicas. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(Expansión) - Once semanas. Treinta y cinco horas de deliberaciones. Doscientas horas de testimonios. Cincuenta y seis testigos. Ganancias de 14 mil millones de dólares. Doscientas toneladas de cocaína. Diez delitos. El Alcatraz de las Rocosas. Cadena perpetua.
Cada uno de los elementos del juicio contra Joaquín Guzmán Loera construyeron una narrativa en la que, más que nunca, la justicia fue una lucha dicotómica. El bien contra el mal. Gran parte del modus operandi lo conocimos a través de testimonios de “los malos”, personajes que cambiaron de bando, en una especie de redención, por el bien superior. O por la promesa de una Visa S y la reducción de sus penas.
Luego de la muerte de Osama Bin Laden , el capo mexicano se convirtió en el enemigo público número uno de Estados Unidos. Desde entonces, su nombre estuvo acompañado por una poderosa sentencia mediática: “el mayor narcotraficante de la historia”.
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En su juicio se invirtieron no solo recursos humanos, monetarios, de seguridad y mediáticos, sino también las capacidades de investigación y negociación, así como los mecanismos del país más poderoso del mundo contra quien los puso en jaque y vulneró en más de una ocasión sus protocolos de seguridad. O en palabras de sus autoridades, quien hizo sufrir al pueblo estadounidense “ con el veneno que enviaba a través de la frontera ”.
Luego de once años de recursos invertidos y estrategias conjuntas entre México y Estados Unidos, la historia merecía el esbozo de un colofón.
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Ya desde la teoría, el sociólogo francés Pierre Bourdieu entendía el dinamismo de las sociedades y la capacidad de crear conceptos que se adecuaran a ellas. Ante la construcción de nuevos paradigmas políticos que vivimos hoy en día, los Estados requieren solidez que contrarreste esa volatilidad, para encontrar el equilibrio. Dichos cimientos se remontan a los arquetipos y a los símbolos.
En ese sentido, el veredicto sobre Joaquín Guzmán Loera representa un “ capital simbólico ” para el sistema de justicia del país vecino. A través de la cadena perpetua, el Estado norteamericano reafirma su control del relato y legitima las acciones emprendidas, junto con México, contra el tráfico de drogas. Como explica el propio Bourdieu, hay momentos en los que los Estados deben centrar la atención en sus recursos intangibles; es decir, apelando a sus símbolos, en este caso el de la justicia.
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A las puertas de la corte de Brooklyn, bajo una intensa nevada, las palabras no dejan lugar a duda. Brian Cogan, magistrado que preside el juicio, recalcó su orgullo de ser estadounidense y de que el sistema de justicia funcione. Sentimiento compartido por el fiscal del Distrito Este de Nueva York, Richard Donoghue, para quien fue un día histórico en el que se reafirmó que la guerra contra la droga merece la pena. Y el discurso fue reforzado por Ray Donovan, zar antidrogas de Nueva York: “no importa quién sea, dónde te encuentres o el poder que tengas. No hay escapatoria”.
El capital simbólico no es cosa menor. Tiene un papel fundamental, pues dota a las funciones del Estado de legitimidad. Son pocos los momentos históricos que permiten al aparato gubernamental aprovechar este bono de credibilidad para emprender con más fuerza, quizás, otros rumbos.
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Tal vez el llamado “juicio del siglo” es un punto de quiebre y podríamos estar ante el inicio de la construcción de un nuevo discurso respecto a la lucha bilateral contra el narcotráfico. En México, al menos en sus declaraciones , el presidente Andrés Manuel López Obrador abrió la puerta a ese panorama. El siguiente movimiento en el tablero vendrá por parte del gobierno estadounidense. Tendrá que decidir en dónde pone la mira, aunque todo parece indicar que el siguiente nombre en la lista es Nemesio Oseguera Cervantes.
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