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Las cifras de la vergüenza

Mantener los salarios estancados tiene beneficios políticos, sin embargo, conlleva costos económicos y sociales aún más grandes, opina Iván Franco.
lun 21 octubre 2019 03:30 PM
lopez obrador
El presidente López Obrador ha expresado que la burocracia mexicana tiene que costar menos.

(Expansión) – Hace unos días diversos medios debatieron con motivo de una publicación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), titulado: “Bajo presión: la estrujada clase media”. La organización propone una segmentación de las familias en tres clases sociales, basadas en el ingreso y en el número de habitantes y dependientes por hogar, lo cual me parece concreto.

De tal forma que, en México una persona que vive sola e ingresa menos de 3,780 pesos mensuales, pertenece a la clase baja; si la persona percibe entre 5,040 pesos y 10,081 pesos mensuales, entonces, está en la clase media. Para pertenecer a la clase alta la persona requiere ingresar más de 10,081 pesos mensuales.

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Si el hogar tiene cuatro miembros, como sucede en México, el ingreso debe situarse entre 7,561 pesos y 20,162 pesos para ser parte de la clase media. Más allá de este límite, el hogar es de clase alta.

Por otro lado, de acuerdo con la encuesta de ingreso y gasto de INEGI, 50% de los hogares en México ingresan entre 7,561 pesos y 20,162 pesos mensuales. Es decir, la mitad de los hogares estarían considerados dentro del intervalo de clase media. Más aún, solo un 20% de los hogares son de la clase alta y, el restante 30%, son de la clase baja.

El hecho de que 50% de los hogares caigan dentro de la clase media no está nada mal. Sin embargo, me parece que el contexto metodológico que se utiliza para la definición de las clases es una caricatura de la realidad mexicana.

Lo que resulta vergonzoso son los niveles de ingreso requeridos para incluirse dentro de la clase media, o de la clase alta. De acuerdo con la metodología de la OCDE, la segmentación se fundamenta precisamente, en el ingreso nacional de cada país.

En términos de ingreso per cápita, México ocupa el lugar 63 a nivel global y está por debajo del promedio de ingreso mundial.

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La pregunta es, ¿qué puede comprar un hogar de cuatro integrantes con 8,000 pesos mensuales, además de alimentos básicos?

Ser de la clase media en México implicaría algo así como, vivir a medias, o sobrevivir, gastando la mayor proporción en alimentos y transporte.

El huevo o la gallina y, el trabajo barato

El dilema del huevo y la gallina es similar al dilema del ingreso nacional (crecimiento económico) y el ingreso personal (cuyo indicador líder es el salario). ¿Cuál necesita de cuál?

Aquí una pista: si el país creciera a tasas vigorosas, digamos de 3% a 5% real, ¿el ingreso del hogar crecería en la misma proporción? La respuesta es no. Hay evidencia de que así ha sucedido en el pasado.

La política de contención salarial de México durante décadas ha ignorado los cambios positivos de la productividad de algunos sectores, industrias y de empresas altamente productivas y tecnificadas, incrementando los salarios solo a la par de la inflación general.

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Esta es, quizá, la peor política económica instrumentada por el ala “neoliberal” del país. Controlar un precio (el salario) durante décadas es tan malo como tener a un Estado planificador. Se hizo así, arguyendo que el salario es un costo inflacionario; un verdadero sinsentido.

Los periodos en que México creció más de 3% en términos reales no se tradujeron en incrementos en el salario en una proporción similar. A lo sumo, los salarios aumentaron 0% en promedio en términos reales para evitar perder ante la inflación.

Por esta razón, aunque el ingreso del país crezca, las clases sociales se deterioran más y lo seguirán haciendo indefinidamente.

El problema es que los mexicanos están conformes con ser trabajadores baratos; incluso, hasta son “felices”, como dicen algunas encuestas. Sin embargo, esta felicidad no se refleja en bienestar ni en calidad de vida; todo lo contrario. Que se comparen, por ejemplo, con los trabajadores canadienses que ganan 4, 5 o 6 veces más que los mexicanos realizando el mismo trabajo, utilizando la misma o hasta una tecnología menor.

El debate es equivocado y hay que cambiarlo

Cuando hablo de mejorar los salarios, siempre lo hago aduciendo a una causa egoísta. El deterioro del ingreso de los hogares se traduce en un menor consumo y, por otro lado, es una bomba de tiempo para el sistema de pensiones, que ultimadamente recaerá en el Estado.

A toda la economía y a las empresas les conviene un sistema de consumidores más pudientes.

Irónicamente, pocos economistas en México hablan abiertamente sobre los salarios. Sin embargo, este tópico debería ser normal y sigue siendo tema tabú en nuestro país, más si se habla de aumentos.

El economista promedio no entiende que el salario es como los impuestos, son costos que nadie quiere pagar y que nadie quiere pagar de más. Piensan que pedir más salario es populismo o una afrenta contra la doctrina económica.

Mantener los salarios estancados tiene beneficios políticos, sin embargo, conlleva costos económicos y sociales aún más grandes. Uno de ellos es el resquebrajamiento del mercado de trabajo, trasladando a millones de personas hacia la informalidad y el autoempleo.

Aunque las personas piensan mejorar su ingreso en la informalidad, la realidad es que sus ingresos no aumentan, en parte, porque los indicadores líderes del ingreso (los salarios-precio), también marcan la pauta de los ingresos informales.

La única solución para este atraso que tiene el país en términos de calidad de vida y de clases sociales es hacer una revisión de la estructura de ingresos de la población, basada en los salarios. En paralelo, es impostergable aumentar los porcentajes de inversión en capital y en tecnología. El ingreso nacional solo podrá crecer cuando lo haga la frontera de producción de la economía.

En este dilema de ingreso nacional-ingreso personal es fundamental que los sistemas de precios del trabajo converjan con el objetivo de crecimiento del país.

Nota del editor: Iván Franco es fundador y director de la consultora de inteligencia competitiva Triplethree International. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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