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En innovación debemos ir hacia donde está el riesgo

La mayoría de los gobiernos comete el error de evaluar el costo beneficio de un proyecto de alto impacto antes de aprobarlo, dice Pedro López Sela.
sáb 15 febrero 2020 07:00 AM
Cargo Launch Rocket Takes Off
El programa espacial Apolo creó más de 300 proyectos diferentes en aeronáutica, nutrición, textiles, electrónica y medicina, de lo que resultaron 1,800 productos derivados y una industria entera para el circuito integrado.

(Expansión) - La economía basada en innovación y la industria de alta tecnología han generado importantes casos de estudio para los economistas del siglo XXI. En Estados Unidos muchas empresas han sido beneficiadas por el programa Small Business Innovation Research (SBIR), un fondo público de capital de riesgo. Por ejemplo, el desarrollo del algoritmo de búsqueda de Google fue apoyado por un fondo de la National Science Foundation (NSF), y la compañía de automóviles eléctricos Tesla recibió un préstamo de 465 millones de dólares del Departamento de Energía.

Con ese contexto, es evidente que no sólo la investigación temprana juega un papel importante, sino también la investigación aplicada, las finanzas en etapa temprana y las adquisiciones estratégicas, y queda claro que la inversión estatal está en todas partes cuando se trata no sólo de investigación básica, sino también de tecnología aplicada, desarrollo, escalamiento tecnológico y soporte real para vinculación academia-empresa (cualquiera que sea el nombre que queramos dar a la hélice).

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Alguien que se ha dedicado a realizar investigaciones profundizando en el comienzo de algunas de las empresas más innovadoras del mundo es Mariana Mazzucato, profesora en la Economía de Innovación y Valor Público y directora del Instituto para Innovación y Propósito Público en University College London (UCL).

Mazzucato analizó los “mitos sobre la innovación” tomando como ejemplo el iPhone (el producto icónico de la destreza de ingeniería de Silicon Valley). Al rastrear la procedencia de cada tecnología que fue necesaria para el desarrollo del iPhone encontró lo siguiente:

· El Protocolo de Transferencia de Hipertexto fue desarrollado por un científico británico para implementarse en las computadoras de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN);

· Gracias al Departamento de Defensa de los EU se desarrollaron el GPS, la unidad de disco duro, los microprocesadores, los chips de memoria y la pantalla LCD;

· Siri fue desarrollado por el Instituto de Investigación de Stanford gracias a la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de EU;

· La pantalla táctil fue creada en la Universidad de Delaware gracias a la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF) y la Agencia Central de Investigaciones (CIA).

En su estudio, Mazzucato también habló de las Organizaciones Orientadas a una misión (más adelante platicaré con usted sobre el “Poder del Propósito”). Sobre el particular encontró que el programa espacial Apolo creó más de 300 proyectos diferentes en aeronáutica, nutrición, textiles, electrónica y medicina, de lo que resultaron 1,800 productos derivados y una industria entera para el circuito integrado. Es decir, un programa para mandar cohetes a la Luna acabó creando una multiplicidad de productos tecnológicos que usted y yo utilizamos cotidianamente, e inventando una industria entera nueva.

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No es de extrañar por tanto que en el 2018 la Unión Europea publicara un informe titulado “Investigación e Innovación orientada a la Misión en la Unión Europea” en el que definió 5 criterios que las misiones deben obedecer:

1. Ser audaces e inspirar a los ciudadanos

2. Ser ambicioso y arriesgado

3. Tener un objetivo claro y una fecha límite

4. Ser interdisciplinario e intersectorial

5. Permitir la experimentación y múltiples intentos de solución.

¿Por qué entonces es tan complicado en algunos países obtener aprobación por parte del gobierno para proyectos de alto impacto? La razón es simple: el método estándar de evaluación utilizado por la mayoría de los gobiernos del mundo es el análisis costo-beneficio, en el que se realiza una estimación cuantitativa sobre cuánto costará una política y cuánto dinero generará.

Este análisis no es adecuado para evaluar políticas orientadas a misiones riesgosas e inciertas que apuntan a crear nuevos mercados en lugar de fijar los existentes. Dicho de otra manera, nunca habríamos caminado en la Luna si el Programa Apolo hubiera sido evaluado mediante un análisis de costo-beneficio.

La generación de impacto ha sido clave para la evolución del mundo. No debemos pasar por alto el valor de la innovación, a pesar de que en la actualidad haya muchas incongruencias en su nombre. Es por eso por lo que debemos de ir hacia donde está el riesgo, no huir de él.

Nota del editor: Pedro López Sela es Chief Imagination Officer de Canou, Plataforma de Innovación y Emprendimiento y ha sido mentor para instituciones como el acelerador de negocios MassChallenge, de Boston, Massachusetts; Village Capital (proveedora de capital de riesgo para emprendedores); y Fomento Geek (Incubadora de Talento). Es experimentado emprendedor con más de 20 años de experiencia en fundar y dar consultoría a start-ups, pymes, corporaciones globales, tanques de pensamiento, entre otros. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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