Veamos, de optar por (a), se crea la sensación de que se logra una soberanía energética real, pero esta es ficticia, pues siendo que los recursos federales son limitados, mantenerla es onerosa e inclusive vulnera contra la responsabilidad social del Estado al tener que quitar recursos a otras áreas.
De optar por (b), siendo que la propiedad de nueva infraestructura de transmisión, generación e inclusive de la propiedad de hidrocarburos es y siempre será de la Nación (por expreso mandato Constitucional vigente, arts. 27 y 28), el Estado logra su visión de Soberanía Energética sin vulnerar otras responsabilidades.
En resumen, la soberanía, concepto complejo, escurridizo y altamente politizado, debería implicar que México en todo su conjunto es fuerte, sólido e independiente y que logra justicia y crecimiento sostenible y de largo plazo en beneficio de toda su población.
La soberanía de solo un sector (energético) que abra la posibilidad de que el Estado sea débil, dependiente e insostenible en otras áreas, incluyendo la que pretende originalmente salvaguardar es, en definitiva, anti-soberano.
Los mexicanos más necesitados requieren que la deuda histórica social se materialice en forma de educación, empleo bien remunerado, oportunidades reales y salud inmediata y de calidad, no veo que nadie pida que le den el dogmático barril de petróleo que dicen les pertenece.
Nota del editor: Claudio Rodríguez Galán es Socio de la Práctica de Energía de Thompson & Knight. Encuéntralo en su cuenta de LinkedIn y escríbele a claudio.rodriguez@tklaw.com Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
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