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Nada será igual que antes

El Covid-19 (y los virus que vengan después) desnudaron un sistema sanitario público ahogado e insuficiente por falta de inversión, apunta Francisco Hoyos.
mar 31 marzo 2020 11:59 PM

(Expansión) – Algunas claves para usar esta pandemia a nuestro favor (y no, no vamos a regresar a la normalidad y esa puede ser la mejor noticia de todas).

No hay nada que signifique “demasiado gobierno”: la batalla permanente de conservadores contra liberales, economistas clásicos contra heterodoxos, políticos de derecha contra los de izquierda, podría haber llegado a su fin.

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Los países con décadas de administraciones que buscaban achicar al gobierno, bajo el pretexto de que la burocracia es por naturaleza ineficiente y corrupta, hoy son los principales afectados por el COVID-19. Incluso gobiernos populistas de derecha tuvieron que hacer lo impensable: repartir apoyos económicos a trabajadores, Pymes y grupos vulnerables.

La solución hacia adelante será el equilibrio entre mercados bien regulados y un Estado que sea buen administrador, con leyes claras, justas, y un aparato eficaz que compense la irracionalidad y la avaricia (¿ocasional?) de los primeros. Milennials y centennials, la pelota estará en su cancha.

Amiga, amigo, date cuenta: si no tienes un sistema de salud universal gratuito, no vives en el primer mundo. Evitar enfermarte para no quebrar o para no ir al sistema de salud del Estado fue una condición para los empleados de mi generación (la X). Ya con algunos años de experiencia laboral, el seguro de gastos médicos mayores se convertía en el santo grial del empleo.

En paralelo, durante cuatro décadas se desmantelaron los servicios de salud públicos y gratuitos, a la par que se les hizo la peor fama posible (bien ganada en muchas ocasiones); pero a la hora de una operación de tercer nivel o de atender enfermedades crónicas, los institutos de salud pública jamás tuvieron, ni tienen, rival; excepto por los hospitales militares.

En ese mismo lapso la salud se hizo uno de los mejores negocios que pudimos inventar en México (y en otras naciones) con servicios privados prohibitivos para la mayoría o vendiendo medicinas, equipos, insumos y hasta hospitales enteros a los gobiernos en turno, por medio de la corrupción. Quien lo dude, solo busque las múltiples historias de instalaciones inauguradas en obra negra.

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El Covid-19 (y los virus que vengan después) desnudaron un sistema sanitario público ahogado e insuficiente por falta de inversión. Pronto habremos de saber por qué faltan respiradores (quién iba a pensar que iban a necesitarse), qué naciones los acaparan y cuáles son las pocas empresas que los fabrican, a favor de un mercado sanitario salvaje que opera sin misericordia alguna.

Uno de los países que siguió este modelo de privatización al pie de la letra fue Estados Unidos (¿recuerdan el Obamacare?), ahora el epicentro de la pandemia. A Reino Unido, España e Italia no les fue mejor y millones de trabajadores se despertaron de pronto en el tercer mundo, en lugar del primero.

Esta crisis ha comprobado que la inversión en salud pública gratuita no está sujeta a la discusión política, porque el coronavirus ataca igual a miembros de la realeza, grandes empresarios, ministros y presidentes, que a quien no puede faltar a su trabajo para llevar el pan a su casa. Un virus muy democrático, sin duda.

No hay trabajos de primera, de segunda o de tercera; hay trabajos con seguridad y prestaciones, y trabajos sin ellas. ¿Alguien recuerda a Encarna, la valiente empleada pública de limpieza en Badalona, Cataluña, que es vitoreada por los vecinos confinados en sus edificios, mientras sigue barriendo las calles? Resulta que, gracias a la emergencia del coronavirus, de pronto aparecieron miles de personas sin las cuales no podríamos vivir una semana.

También de pronto pudimos ver que cajeros, empleadas domésticas, trabajadores eventuales, repartidores de comida, choferes de aplicación y un amplio etcétera de trabajadores por cuenta propia, son indispensables para la economía mundial, a pesar de que solo tienen seguro el sustento del día.

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¿Y qué decir de los héroes de esta pandemia, las y los enfermeros, doctoras y doctores, camilleros, operadores de ambulancia y responsables de limpieza en hospitales?, ¿Los policías que patrullan, con o sin virus, todo el día?, ¿Los bomberos? Se agradecen los aplausos desde los balcones, pero si en verdad queremos reconocerlos es hora de pagar mejores sueldos, darles planes de jubilación de ejecutivos triple A y garantizarles pensiones dignas a ellos y a sus familias.

El Covid-19 reveló que todas y todos estamos conectados, dependemos unos de los otros, y unidos podríamos mejorar mucho el mercado laboral, dominado por el outsourcing más abusivo y precarista. Esta es la oportunidad.

Nota del editor: Francisco Hoyos Aguilera es Especialista en comunicación. Graduado del Tec de Monterrey con una maestría en la Universidad Iberoamericana. Fue reportero en el diario Excélsior y en la corresponsalía de The New York Times en México. Lleva dos décadas en la comunicación pública y privada. Las opiniones expresadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Síguelo en Twitter y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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