Poco importa nuestra preparación académica o profesión, cada vez con mayor frecuencia los episodios de desinformación se convierten en el contagio más poderoso, que ya hizo pasar a los mercados de valores la peor quincena desde la gran caída financiera de 2008, a pesar de todas las medidas que se intentaron para tratar de calmarlos.
El nerviosismo por el crecimiento del coronavirus y el impacto que tendrá el “aislamiento social” en 192 países, muchos de ellos potencias económicas internacionales, en su consumo, inversión, empleo, y costo de los servicios de salud (muchos desmantelados a favor del mercado de la salud privada), anticipa que la tarea para tranquilizar a los grandes inversionistas llevará tiempo.
Y tiempo es precisamente lo que hoy no tenemos en abundancia, porque el reto mundial es achatar la curva de contagio lo más pronto posible, aún a costa de meter a sus hogares a millones de personas.
OPINIÓN: La crisis que está poniendo a prueba nuestro nivel de conciencia
El miedo no sólo es a un virus para el que no se tiene cura o vacuna, también el temor es porque desde hace muchos años sabemos que los sistemas de salud pública gratuita y universal, antes pilares del Estado de Bienestar de cualquier país que buscaba crecer, se volvieron un lujo que pocas naciones decidieron sostener y ahora no serán suficientes.
Por eso los mercados se preparan para el estallamiento de una nueva burbuja, la de la falta de respiradores, camas de hospital, compras de remedios que no sirven de nada y hasta de exceso de adquisiciones de papel higiénico, en lo que llega la ansiada vacuna o un tratamiento efectivo con medicamentos actuales.