En tiempos de pandemia, la única RRS posible es la que permite que todos mantengan su puesto, ayuda a sus clientes, proveedores y aliados, y usa su capacidad para producir gel antibacterial en lugar de vodka (por un rato, claro).
Las compañías que lo entendieron pasaran los próximos años recibiendo aplausos, las que pensaron demasiado para tomar una decisión que se notara, pagarán el precio.
En días, solo en México, el principal hombre de negocios invirtió 1,000 millones de pesos, una cadena menudista que nadie podría acusar de apoyar al gobierno actual donó 50 millones de pesos y la principal empresa concesionaria minera entregó un hospital completo.
Uno de los pocos bancos mexicanos anunció primero a sus clientes facilidades para el pago de créditos, que derivó en avisos similares de sus competidores (por ahí uno perdido pensó que con iluminar su rascacielos llamando a quedarse en casa era suficiente, hasta que las críticas públicas lo unieron a la inédita amnistía bancaria).
El colapso vino cuando el tercer hombre más rico del país convocó, ese mismo día, a sus principales colaboradores para respaldar las medidas oficiales de control de la epidemia y no provocar pánico. Cosas que solo parece lograr el coronavirus.
Moraleja: la mejor responsabilidad social, igual que la mejor política económica, es ponerle dinero en el bolsillo al mayor número posible de familias. Todo lo demás es “capitalismo de cuates”. Aquí y, sorpresa, también en China.