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Nada será igual que antes (segunda parte)

Parece que nos convendrá acelerar un mundo igualitario y evitar la tentación tan arraigada de concentrarlo en la punta de pirámide social y económica, opina Francisco Hoyos.
jue 02 abril 2020 11:59 PM

(Expansión) – No imaginé que esta columna iba a tener tantos comentarios, pero debe ser por la cuarentena. Así que les comparto las siguientes claves que podrían cambiar la forma en que vivimos en este planeta (espero para mejor).

OPINIÓN: Nada será igual que antes

La responsabilidad social debe cambiar. Nada de malo con plantar árboles, donar a organizaciones de asistencia o impulsar mejoras en comunidades desfavorecidas, pero esa es la responsabilidad social corporativa del pasado, de épocas en las que nadie piensa en abarrotar su alacena de papel higiénico.

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En tiempos de pandemia, la única RRS posible es la que permite que todos mantengan su puesto, ayuda a sus clientes, proveedores y aliados, y usa su capacidad para producir gel antibacterial en lugar de vodka (por un rato, claro).

Las compañías que lo entendieron pasaran los próximos años recibiendo aplausos, las que pensaron demasiado para tomar una decisión que se notara, pagarán el precio.

En días, solo en México, el principal hombre de negocios invirtió 1,000 millones de pesos, una cadena menudista que nadie podría acusar de apoyar al gobierno actual donó 50 millones de pesos y la principal empresa concesionaria minera entregó un hospital completo.

Uno de los pocos bancos mexicanos anunció primero a sus clientes facilidades para el pago de créditos, que derivó en avisos similares de sus competidores (por ahí uno perdido pensó que con iluminar su rascacielos llamando a quedarse en casa era suficiente, hasta que las críticas públicas lo unieron a la inédita amnistía bancaria).

El colapso vino cuando el tercer hombre más rico del país convocó, ese mismo día, a sus principales colaboradores para respaldar las medidas oficiales de control de la epidemia y no provocar pánico. Cosas que solo parece lograr el coronavirus.

Moraleja: la mejor responsabilidad social, igual que la mejor política económica, es ponerle dinero en el bolsillo al mayor número posible de familias. Todo lo demás es “capitalismo de cuates”. Aquí y, sorpresa, también en China.

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Es hora de hacerse viral, Doña Chole. Después de esta crisis, negocio que no tenga un servicio en línea o pueda hacer entregas a domicilio, se verá en serios problemas. No importa si es una miscelánea o es la cadena de restaurantes más popular del país, dar servicio a distancia al mismo tiempo que a la puerta, será la diferencia entre prevalecer o morir en el mundo corporativo.

Lo mismo aplica para el servicio a clientes, que no volverá a ser lo mismo. Hora de pensar de nuevo en los call centers con robots o con operadores de acentos indescifrables, los clientes post Covid-19 se quejan por redes sociales, exigen a un humano de carne y hueso para que los escuche y están dispuestos a crear una revolución en línea si su pedido llega incompleto y además tienen el cinismo de cobrarlo. Salvo Amazon, todos están avisados.

Para Doña Chole, la mejor distribuidora de huaraches con costilla de mi barrio, la opción es simple: abrir un correo electrónico, recibir pedidos, entregar bien empacado a la puerta en caso de emergencia sanitaria. También incluirse en los créditos y prestaciones para Pymes, buscar un buen organismo empresarial que la represente ante las autoridades (líderes de ambulantes, empresarios disfrazados de políticos, absténganse) y empezar a pagar impuestos de acuerdo con sus posibilidades. Cualquier escenario para llevar a cabo una auténtica reforma fiscal, que amplíe la base de contribuyentes, no volverá a ser mejor que el de éste y el próximo año.

Exclusiva: el hijo de Doña Chole ya comenzó a diseñar una página web y a subir unos videos que prometen hacer las delicias de los aislados sociales del presente y del futuro. Los mantendré informados.

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No todos vivimos en 190 metros cuadrados. La mayoría solo podemos imaginar lo que es cantar desde nuestro balcón y caminar ansiosos por tres recámaras, sala, comedor independiente y “family room”. Los europeos y los norteamericanos parecen estar mucho más habituados, lo que es falso, porque los departamentos de esas dimensiones son de sus padres o de sus abuelos que pudieron disfrutar del Estado de Bienestar que sus hijos y nietos no tienen ahora.

En España, Estados Unidos, Reino Unido, Italia y México, el promedio de metros (rentados) para las nuevas generaciones está entre los 60 y los 80, sin alberca, salón de eventos y “lounge lobby”.

Estudiantes de medicina buscan enfermos de Covid-19 de puerta en puerta

Esta lamentable situación debe provocar un cambio en la política de vivienda mundial. Naciones como China e India tuvieron que recurrir a medidas extremas de contingencia por el tamaño de la población involucrada y por la carencia de espacios privados para mantenerse en resguardo.

México es una de las pocas naciones todavía con espacio disponible para desarrollar vivienda digna, amplia, y hasta con jardín. El problema es que estamos concentrados en las ciudades, donde se concentran los servicios, donde están los clientes, que forman los mercados.

Un círculo vicioso que no permite ampliar las oportunidades a sitios que cuentan con el agua, la extensión de tierra y las opciones de calidad de vida que nada más podemos ver en el teléfono celular.

Una de las promesas de campaña del gobierno actual fue reubicar a miles de empleados públicos en estados donde ese desarrollo puede significar que no dependan a muerte de las participaciones federales o del gobierno estatal para encontrar una oportunidad de trabajo. Hacerlo en los próximos años puede ser una solución de largo plazo para pandemias como ésta.

El virus también expuso que tenemos diferentes conceptos cuando hablamos de espacio, opciones de cuidado de los hijos, acceso a internet y otros beneficios que no tiene la mayoría, en particular aquellos con ingresos justos para llegar a fin de mes.

Esto puede ocurrir de nuevo, en cualquier momento. No quiero ser aguafiestas, pero es cierto. Un sismo, un tsunami, una cadena incendios, un virus altamente contagioso, son las condiciones que debemos asumir por vivir y explotar este planeta. Considérenlo una llamada de atención, tal vez la última, para modificar la forma en que estamos utilizando las instalaciones del planeta llamado Tierra.

Ni las grandes ciudades, ni el armamento o la tecnología que nos puede llevar de vacaciones a la luna, son suficientes ante un microorganismo que no tiene vacuna y es de alto contagio. Así de indefensos estamos y estaremos en este mundo, hasta que no comprendamos que somos invitados (unos bastante abusivos, por cierto), no los dueños del lugar.

Durante siglos, filósofos, pensadores, economistas y líderes han discutido la mejor manera de construir un Estado de Bienestar real, como el de las películas en las que a nadie la falta lo indispensable y todos tienen una oportunidad para lograr sus sueños, si trabajan con esfuerzo y dedicación.

Bueno, parece que nos convendrá acelerar ese mundo igualitario y evitar la tentación tan arraigada de concentrarlo en la punta de pirámide social y económica, porque si el sistema se enferma -arriba o abajo- las condiciones de supervivencia se vuelven volátiles para todos, nuestras formas de intercambio pierden valor (el petróleo, las monedas, las bolsas de valores) y un cubrebocas, una botellita de alcohol en gel, un rollo de papel para el baño, se transforman en las fronteras entre la civilización tal como la conocemos y la peor novela apocalíptica escrita hasta la fecha.

Ahora que estamos en casa, hagamos conciencia, puede ser la última ocasión que tengamos tiempo para hacerlo.

Nota del editor: Francisco Hoyos Aguilera es Especialista en comunicación. Graduado del Tec de Monterrey con una maestría en la Universidad Iberoamericana. Fue reportero en el diario Excélsior y en la corresponsalía de The New York Times en México. Lleva dos décadas en la comunicación pública y privada. Las opiniones expresadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Síguelo en Twitter y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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