El virus de la desigualdad
La calidad y contaminación del aire varía de acuerdo con cada región. Aquellas comunidades con menores ingresos y con poblaciones más vulnerables enfrentan un mayor riesgo, ya que generalmente se encuentran asentadas cerca de fuentes primarias de contaminación como refinerías, minas, vertederos, o basureros al aire libre.
Esta situación supone un doble riesgo para dichas poblaciones ante el COVID-19 debido a la falta de acceso a los sistemas de salud y a la incapacidad de ausentarse de sus fuentes de trabajo. El resultado es una carga doble: se encuentran más expuestos, pero con menos posibilidades de recibir atención médica adecuada en caso de contagio.
De hecho, un nuevo estudio en Estados Unidos apunta que, aquellos condados que sufrían de altos índices de contaminación del aire antes de la llegada del COVID-19, tienen una tasa de mortalidad más alta (esto es, el número de muertes por el total de la población). Esto subraya la importancia de continuar disminuyendo los índices de contaminantes aéreos durante y después de la pandemia.
Un clima más agresivo podría empeorarlo todo
A esto se le debe añadir la contaminación del aire por el humo de los incendios forestales. Y es que, en países como Estados Unidos y México, la temporada de incendios se ha agudizado debido al cambio climático, tal y como varios especialistas lo han venido señalando en las últimas décadas.
En ese sentido, el aumento de partículas PM2.5 en Estados Unidos (aquellas que desataron la contingencia ambiental en la CDMX hace unos años) debido a dichos incendios, está relacionado con un mayor número de hospitalizaciones de adultos mayores por problemas respiratorios. Si consideramos que esta población se ha visto más vulnerada por el COVID-19, resulta preocupante imaginar cómo la temporada de incendios en el verano de 2020 podría suponer una carga extra para los sistemas de salud.