La verdad es que, salvo algunas especificidades particulares, estos planes de “regreso” a la normalidad no tendrán de normalidad absolutamente nada, pues con cifras públicas –que deberían haber tomado en consideración los secretarios de desarrollo económico al desarrollar sus “planes de niño de primaria de calendarios de vuelta a la normalidad”-, el país caerá entre 7 y un 10% del PIB este año.
Además, se incorporarán a las filas de pobreza al menos 16 millones de mexicanos, según cifras públicas del Coneval o de hasta 20 millones, de acuerdo a un estudio del Centro Espinosa Yglesias; el 48% de los empleos están en riesgo; y las exportaciones mexicanas tendrán una gran desaceleración hacia Estados Unidos, salvo sectores muy específicos.
Acudiendo a la simple declaración del FMI de que los efectos de esta pandemia tendrán los peores efectos desde la Gran Depresión de 1929 (cuando quebraron más de 4,000 bancos; el desempleo en Estados Unidos ascendió a cifras superiores al 30% y México tuvo tuvo caídas de 6.2% de su PIB durante tres años seguidos).
Añadamos a esto que 62 millones de mexicanos viven con dos dólares al día y la falta de imaginación de los gobiernos locales de establecer un programa de apoyo a las empresas informales –limitándose por una sola ocasión al otorgamiento de créditos a algunas empresas en los inicios de la pandemia-, pero ahora parecen completamente abandonadas a su suerte y sin medidas de política pública adecuadas que las apoyen.
Como la sugerida por Schumacher y Zaid de fomentar para las microempresas “tecnologías intermedias” o “adecuadas”, una oferta apropiada de medios de producción baratos accesibles, para poder realizar la venta de productos de acuerdo a las necesidades de los mercados informales, fomentando con ello una creación más sólida y barata de empleos, desarrollar el mercado local y fomentando tecnologías más amigables con el medio ambiente que las tecnologías “modernas”.