Pero, ¿qué es lo que se entiende o debemos entender por transformación?
Lo resalto porque durante las últimas dos semanas, en una gira por demás irracional por realizarla justo cuando el país atraviesa por el pico más alto de la pandemia del COVID-19, –lo cual mandó señales a la población de que es posible salir a la calle sin riesgos–, el presidente manifestó que, “o se está a favor de la trasformación, o se está en contra de la transformación”.
Vuelvo a preguntar, ¿qué es la transformación que los mexicanos queremos?
Empiezo por señalar que los absolutos no caben en un país democrático. Punto. El decir de forma categórica que o se está a favor de una transformación abanderada del gobierno en turno, o se está en contra, es simple y sencillamente una manifestación que cierra todo diálogo y canal de comunicación, amén de que suelta tintes confirmatorios de una dictadura mesiánica tropical.
El presidente no se cansa de dividir y de confirmar que es un incansable populista.
México efectivamente estaba harto de la corrupción, de los negocios de los amigos cercanos al poder, de los millonarios sexenales, de las estafas maestras, de los gobernadores billonarios que se hacían de la noche a la mañana, de la burla de éstos hacia el sistema judicial y a la pobreza de millones de mexicanos.
Harto del hambre directa o indirecta creada por la absoluta indiferencia de los gobiernos previos, de la inseguridad que controla la vida de todos, de la publicación de la vida social de las familias sexenales en las llamadas revistas del corazón, de los contratistas favoritos, de las casas blancas, del tráfico de influencias… la lista es interminable.