Pero también es muy importante prestar atención en ¿cómo habla mi papá de otras mujeres? ¿Las respeta o se burla? ¿Las hace menos? ¿Qué opina de votar por una mujer? ¿Qué opina de una jefa mujer? Todos estos comentarios como hijas nos van forjando.
Yo soy muy afortunada, tuve un gran ejemplo, un hombre que me dejó ser quien yo era, sin buscar cambiarme, sin proponerse convertirme en lo que “se espera de una niña”. En cambio, se dedicó a enseñarme que podía hacer lo mismo que mis hermanos, desde andar en moto hasta la hora en que podíamos llegar a casa después de una fiesta.
Conté con un papá que, a pesar de haber sido educado en un mundo machista, a lo largo de su vida decidió ir dejando esas ideas atrás. No fue fácil, sin duda mi mamá, mis hermanas y yo ayudamos a que se fuera deconstruyendo. Claro, en esa época no existía ese lenguaje y él más bien iba aprendiendo una nueva forma de vida.
Juntos fuimos aprendiendo a romper los paradigmas con los que mi padre había crecido y con los que la sociedad pretendía que yo creciera. No existía nada acerca de masculinidades y el género tampoco pintaba mucho, así que básicamente fue con amor confianza y mucho diálogo.
A mí me marcó el ejemplo de mi padre, ver cómo trataba a mi mamá, el valor que le daba a su esposa, el respeto a su trabajo y a sus decisiones. La forma en la que la impulsaba.
Conmigo fue lo mismo, desde niña, mi opinión en política o el tema que fuera valía lo mismo que la de los demás, siempre me escuchó con atención y el debate de ideas era entre pares.
Me enseñó a levantar la voz por los que no podían, a creer en mí, en cada uno de mis sueños y a nunca darme por vencida. Todo esto mientras me hacía sentir segura y querida.