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¿Qué pasaría si todos tuviéramos los mismos privilegios?

Al hacer menos a una persona o una cultura perdemos todos y ambas partes quedan en una situación de desventaja, opina Jimena Cándano.
vie 10 julio 2020 05:00 AM
All hands together, racial equality in team
Es difícil hablar de racismo y clasismo desde el privilegio.

(Expansión) – Es difícil hablar de racismo y clasismo desde el privilegio, una ventaja social que además te fue concedida al nacer, no por méritos, sino por simple “suerte.”

Hay dos formas de mirar el privilegio, el cual a final de cuentas es una forma de “poder” que podemos aprovecharlo para intentar cerrar esa terrible brecha en nuestra sociedad o para seguirla abriendo.

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Vengo de una familia que tiene la convicción de que todos los seres humanos somos iguales. Para ser más específicos, creemos que todo lo que existe en la tierra está formado por polvo de estrellas: las personas, los animales, la naturaleza; todos estamos hechos de lo mismo y estamos interconectados. Así que, si el árbol es mi hermano, la persona sentada a mi lado aún más.

Durante mi formación, el discurso sobre razas o clases sociales no era importante, hubo un ejemplo de respeto a la persona por el simple hecho de ser humano. Esta forma de ver la vida está basada en una primicia muy básica: “trata como te gusta ser tratado".

Me cuesta entender que alguien se crea superior a otro por su color de piel o el estrato socio cultural al que pertenece. Me parece algo tan e ignorante, por decir lo menos, considero que a quien exhibe es a aquel que discrimina.

Toda mi vida he trabajado con grupos vulnerables o en desventaja social. Cuando escribo “toda mi vida” es porque desde que tengo uso de razón acompañaba a mi papá a su trabajo, que consistía en el desarrollo de proyectos productivos con campesinos.

Lo primero que aprendí es que hay quien piensa que el privilegio es para “ayudar” en una forma vertical. ¡Yo soy el bueno y vengo a salvarte”; “yo sé lo que tienes que hacer por eso vengo a decírtelo”; “¡qué el mundo que sepa lo buena persona que soy!”; ¡te ayudo en la forma que yo creo que lo necesitas.”

Pero existe otra forma y esta es la horizontal: “tuve la fortuna de tener la vida que tengo, pero lo que tú haces me interesa y quiero que tengas las mismas posibilidades que yo tuve”; “vengo a aprender de ti para apoyarte respetando tu cultura, tus ideas y tu forma de vida, para que juntos logremos un país y un mundo mejor.”

No se trata de “salvar” a nadie, sino de generar las oportunidades para que todas y todos podamos lograr lo mismo.

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Definitivamente en nuestro país urge hablar de racismo, clasismo y de privilegios, pero no para dividir más, sino para unirnos, entendernos mejor y para que todas y todos podamos tener los mismos privilegios, y con ello dejar de llamarlos así.

Desde muy chica atestigüé el dolor y la separación que genera el racismo y el clasismo. Al hacer menos a una persona o una cultura perdemos todos y ambas partes quedan en una situación de desventaja.

A pesar de lo que muchos pensarían está separación no le sirve a nadie, por lo que me cuesta tanto entender que haya quienes se sientan intimidados solo porque el tema se ponga sobre la mesa.

Negar que somos una sociedad racista y clasista es ignorar una realidad inminente, nuestra educación, estructuras y nosotros mismos estamos permeados de racismo, clasismo e incluso machismo desde el origen mismo de nuestra nación.

La única forma de deconstruirnos es aceptarlo, aceptarnos y empezar a cambiar. Por eso es tan importante abrir la conversación, entre otras cosas para no correr el riesgo de caer en la superioridad moral de creer que sabemos qué es lo que hace sentir discriminado al otro.

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Tenemos que escuchar a aquellos que durante siglos hemos ignorado, aprender de nuestros errores, pedir disculpas y juntos, empezar a construir un país más equitativo, más igual y justo.

Para mí lo más importante es no olvidar que buscamos lograr que todos seamos “privilegiados”, que todos podamos gozar de las mismas oportunidades y que cada día sean mejores. La única forma en la que podremos lograrlo será hombro con hombro, como sabemos hacerlo los mexicanos.

Nota del editor: Jimena Cándano estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad Iberoamericana. Obtuvo el grado de Maestría en Administración Pública con enfoque en Desarrollo Comunitario y Transformación Social en la Universidad de Nueva York. Actualmente es la Directora Ejecutiva de la Fundación Reintegra. Síguela en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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