Vengo de una familia que tiene la convicción de que todos los seres humanos somos iguales. Para ser más específicos, creemos que todo lo que existe en la tierra está formado por polvo de estrellas: las personas, los animales, la naturaleza; todos estamos hechos de lo mismo y estamos interconectados. Así que, si el árbol es mi hermano, la persona sentada a mi lado aún más.
Durante mi formación, el discurso sobre razas o clases sociales no era importante, hubo un ejemplo de respeto a la persona por el simple hecho de ser humano. Esta forma de ver la vida está basada en una primicia muy básica: “trata como te gusta ser tratado".
Me cuesta entender que alguien se crea superior a otro por su color de piel o el estrato socio cultural al que pertenece. Me parece algo tan e ignorante, por decir lo menos, considero que a quien exhibe es a aquel que discrimina.
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Toda mi vida he trabajado con grupos vulnerables o en desventaja social. Cuando escribo “toda mi vida” es porque desde que tengo uso de razón acompañaba a mi papá a su trabajo, que consistía en el desarrollo de proyectos productivos con campesinos.
Lo primero que aprendí es que hay quien piensa que el privilegio es para “ayudar” en una forma vertical. ¡Yo soy el bueno y vengo a salvarte”; “yo sé lo que tienes que hacer por eso vengo a decírtelo”; “¡qué el mundo que sepa lo buena persona que soy!”; ¡te ayudo en la forma que yo creo que lo necesitas.”
Pero existe otra forma y esta es la horizontal: “tuve la fortuna de tener la vida que tengo, pero lo que tú haces me interesa y quiero que tengas las mismas posibilidades que yo tuve”; “vengo a aprender de ti para apoyarte respetando tu cultura, tus ideas y tu forma de vida, para que juntos logremos un país y un mundo mejor.”
No se trata de “salvar” a nadie, sino de generar las oportunidades para que todas y todos podamos lograr lo mismo.