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Política energética estilo cangrejo: hacia atrás

Estamos dejando ir al mayor tren de oportunidades de crecimiento en esta década y probablemente otra: la innovación y la inversión para salvar al mundo de la amenaza climática, opina Rodrigo Villar.
jue 30 julio 2020 12:01 AM

(Expansión) – La política energética que actualmente sigue el gobierno mexicano me parece retrógrada, tanto en materia de electricidad como de hidrocarburos. Pero lo realmente grave es que apunta a ser económica y ambientalmente suicida, y podría acabar por también serlo para el proyecto político que hoy está en el poder: como un anillo que, en vez de venirle bien, acabe por cortarle la circulación presupuestal.

Si no hay corrección de rumbo para actuar con alguna lógica económica, incluso de contabilidad básica (debe/haber), esta apuesta por lo ideológico puede llevar a la insolvencia, con un punto de inflexión tan previsible como la pérdida del grado de inversión de nuestra deuda soberana. Algo que ya ocurrió con el rating de Pemex, récord mundial de endeudamiento en el sector, con sus pasivos casi equiparados a sus activos.

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Sobre todo, no veo cómo pueda hablarse de progreso, en vez de retroceso, con la alternativa que se presenta a las inversiones en energía eólica o solar, a las que se busca sacar del mercado eléctrico con procedimientos contrarios a principios jurídicos elementales. De entrada, quemar más combustóleo, residuo altamente contaminante de la refinación, conlleva, según especialistas, el casi seguro incremento en el número de muertes prematuras por afecciones respiratorias.

En el mismo sentido, se traicionan los compromisos suscritos como país en la COP 21. Las nuevas generaciones no aceptarán que eso no cuenta porque ocurrió “en la época neoliberal”. El calentamiento del planeta y sus consecuencias es lo que les preocupará y ocupará, no interpretaciones maniqueas de la historia.

Una vez abordados los riesgos ambientales y de salud, que un gobierno que se jacta de humanista no debe permitir, destacaría lo que percibo como alguien que se dedica a buscar capital para financiar proyectos de emprendedores sociales y ambientales en México y América Latina. Con esta política energética estamos dejando ir al mayor tren de oportunidades de crecimiento en esta década y muy probablemente otra más: la innovación y la inversión para salvar al mundo de la amenaza climática.

Sólo un dato para hacerse una idea del costo de oportunidad: según el Banco Mundial, el Acuerdo de París implica oportunidades de inversión por 23 millones de millones de dólares al 2030 para los países emergentes.

A eso habría que sumar las inversiones que no se harán en otras áreas, por ejemplo en la industria –y a pesar del T-MEC– si no consolidamos una plataforma de abasto energético competitiva. Además de las que ya se están perdiendo por una creciente desconfianza sobre la certidumbre jurídica que México ofrece a la inversión, justamente por precedentes como la experiencia de proyectos de energía renovable acosados por el gobierno con cambios arbitrarios en las reglas del juego.

¿Tanto “perder-perder” a cambio de un extraño concepto de soberanía? ¿Producir más gasolina nacional, aunque sea incurriendo en más pérdidas y en la antesala de la era de los vehículos eléctricos? ¿Orgullo patrio por una electricidad que llega de plantas “del pueblo”, pero con el inconveniente de que cueste mucho más tanto en dinero público como en emisiones de CO2?

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La presunta corrupción no puede ser justificación para ese retroceso: la que haya o hubo, que se denuncie, pruebe y sancione. Pero para eso no se necesita andar como los cangrejos: de espaldas al futuro. Tampoco es pretexto ofrecer energía barata para el pueblo: al contrario, un megawatt/hora de una termoeléctrica de la CFE llega a tener un costo de generación seis veces superior al de las centrales renovables eficientes.

Claro, está el recurso de aumentar el subsidio con cargo al erario, ¿pero no se trata precisamente del dinero del pueblo? Si no queda para construir nuevas centrales eléctricas del Estado, como acaba de evidenciarse con la cancelación de las licitaciones que estaban en fila, y a la par se rechaza y ahuyenta la inversión privada, ¿entonces a dónde vamos?

Aquí cabe el dicho del béisbol: esta política energética no pitchea, ni cacha, ni deja batear.

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En el sector energético global esa obsesión ideológica por la reestatización monopólica está más que rebasada. Empresas con fuerte participación gubernamental, como las francesas Engie y EDF o la italiana Enel, son prácticas. No le hacen al feo ni a las alianzas con otras compañías ni a inversionistas: el Estado va como socio de firmas de capital privado, fondos de pensión y con casi quienquiera que desee subirse a un barco rentable. Eso les proporciona capital y flexibilidad no sólo para crecer en sus países sede, sino para invertir todo el mundo, incluyendo México.

¿Será una utopía que Pemex y la CFE se liberen de lastre ideológico, ataduras presupuestales y dependencias del mundo de la política para hacer algo semejante? ¿Que con ese tipo de empresas, más quienquiera que desee subirse a un barco “ganar-ganar”, nos concentremos en lo que importa: abasto energético suficiente y de bajo costo, con capacidad para no quedarnos rezagados en la transición a fuentes limpias y sustentables?

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Cierro con otro dicho, atribuido a Deng Xiaoping, que explica mucho del éxito de China para sacar a cientos de millones de la pobreza y de cómo ese país ahora compite por el liderazgo en sectores como almacenamiento de energía y tecnología fotovoltáica: ¡No importa el color del gato, sino que cace ratones! Eso es igual de válido para las banderas de primero los pobres y soberanía energética en México.

Nota del editor: Rodrigo Villar cuenta con un MBA del Royal Melbourne Institute of Technology y estudió la carrera de Contabilidad y Administración Financiera por el Tecnológico de Monterrey. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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