Sobre todo, no veo cómo pueda hablarse de progreso, en vez de retroceso, con la alternativa que se presenta a las inversiones en energía eólica o solar, a las que se busca sacar del mercado eléctrico con procedimientos contrarios a principios jurídicos elementales. De entrada, quemar más combustóleo, residuo altamente contaminante de la refinación, conlleva, según especialistas, el casi seguro incremento en el número de muertes prematuras por afecciones respiratorias.
En el mismo sentido, se traicionan los compromisos suscritos como país en la COP 21. Las nuevas generaciones no aceptarán que eso no cuenta porque ocurrió “en la época neoliberal”. El calentamiento del planeta y sus consecuencias es lo que les preocupará y ocupará, no interpretaciones maniqueas de la historia.
Una vez abordados los riesgos ambientales y de salud, que un gobierno que se jacta de humanista no debe permitir, destacaría lo que percibo como alguien que se dedica a buscar capital para financiar proyectos de emprendedores sociales y ambientales en México y América Latina. Con esta política energética estamos dejando ir al mayor tren de oportunidades de crecimiento en esta década y muy probablemente otra más: la innovación y la inversión para salvar al mundo de la amenaza climática.
Sólo un dato para hacerse una idea del costo de oportunidad: según el Banco Mundial, el Acuerdo de París implica oportunidades de inversión por 23 millones de millones de dólares al 2030 para los países emergentes.
A eso habría que sumar las inversiones que no se harán en otras áreas, por ejemplo en la industria –y a pesar del T-MEC– si no consolidamos una plataforma de abasto energético competitiva. Además de las que ya se están perdiendo por una creciente desconfianza sobre la certidumbre jurídica que México ofrece a la inversión, justamente por precedentes como la experiencia de proyectos de energía renovable acosados por el gobierno con cambios arbitrarios en las reglas del juego.
¿Tanto “perder-perder” a cambio de un extraño concepto de soberanía? ¿Producir más gasolina nacional, aunque sea incurriendo en más pérdidas y en la antesala de la era de los vehículos eléctricos? ¿Orgullo patrio por una electricidad que llega de plantas “del pueblo”, pero con el inconveniente de que cueste mucho más tanto en dinero público como en emisiones de CO2?