Sería sensacional que las Afores y los cerca de 200,000 millones de dólares que manejan pudieran asumir un papel mucho más decisivo en el progreso del país. Y se puede. Con la iniciativa de reforma recién acordada entre el gobierno y representantes del sector empresarial, que eleva sustancialmente las cuotas patronales, más la magia del interés compuesto, esos activos podrían duplicarse en 10 años. Pero eso no va a ocurrir si se trata de imponerles apuestas de inversión como producir gasolina cara y venderla barata en la era de los vehículos eléctricos.
No por nada ni la Refinería de Dos Bocas ni el Tren Maya encontraron inversionistas, y el gobierno va solo, igual que con Pemex, perdiendo unos 150 millones de dólares por día en lo que va del año. Además, para no perder su dinero, los fondos mencionados evitarían estas inversiones por estatutos de responsabilidad social y ambiental o ESG, ante las previsibles consecuencias en contaminación, emisiones de CO2 y deterioro de ecosistemas invaluables para México y el planeta.
Tampoco es casual que haya quienes piensen que lo mejor de la reforma sería evitar un mal mayor, ya que, aunque beneficia a los trabajadores del sector formal, no ataca el problema de fondo de la informalidad (de hecho, encarece el empleo formal). Como si fuera una vacuna contra ocurrencias y propuestas que verdaderamente serían catastróficas y han estado en la retórica política, como expropiar los ahorros o crear una Afore única del gobierno.
La cuestión es que esa posición pasiva no puede llevarnos muy lejos para incrementar la inversión.
Más de la mitad de los recursos actuales de las Afores está colocada en bonos del gobierno y menos de 10% en proyectos de infraestructura y fórmulas como CKDs, Fibras o Cerpis. Fuera de la retórica, más que en infraestructura nacional, en el sector se ve más viable, para el interés de los ahorros, reducir límites para invertir en el extranjero, donde hay más alternativas y mejores perspectivas de rendimiento. No es malinchismo: simplemente no contamos con suficiente profundidad de mercado de capitales y de proyectos de largo plazo viables, sean gubernamentales o privados. Y si el erario es el dinero del pueblo, las Afores son cuentas con nombre y apellido. Hay una responsabilidad fiduciaria para no poner sus ahorros en inversiones ruinosas.
Qué diferente sería un mensaje como éste: además de ir a un nuevo pacto de reconciliación social y reforma de fondo en nuestro sistema hacendario y de seguridad social, México está decidido a acelerar su desarrollo con proyectos que alinean rentabilidad financiera, sustentabilidad y beneficios para nuestra población y el planeta; bienvenidos los que quieran asociarse para ganar con nosotros.