En otras palabras, las prioridades de una organización moldean su cultura a través del tiempo, pues la misión, visión, objetivos y valores se trazarán de tal modo que sean congruentes entre sí; definir la dirección estratégica es un paso indispensable en la construcción de una cultura organizacional acorde con las metas de expansión corporativa y optimización.
Así, quienes ocupan posiciones de liderazgo dentro de una organización deben ser conscientes de que sus palabras y acciones dictan ejemplo entre los colaboradores; la imagen de la gerencia cuenta con un carácter expansivo al interior de una corporación. Cuando el comportamiento de un directivo no es acorde con el de la cultura organizacional, esta se debilita, puesto que su fortaleza se basa precisamente en la capacidad de asimilación y replicación por parte del personal de la empresa de manera vertical, así como también de modo transversal.
Entonces, es imprescindible que se elija adecuadamente a las personas que ocuparán posiciones con facultad de toma de decisiones, porque de su perfil idóneo para liderar dependerá que la cultura organizacional se arraigue o que, por el contrario, quede a la deriva y se diluya inevitablemente, trayendo riesgos significativos para la obtención de resultados favorables.
A grandes rasgos, podemos identificar una cultura organizacional bien implantada ahí donde es notorio que las prioridades se hallan alineadas y se reproducen una serie de conductas compartidas encaminadas a metas comunes. Por ello, al conseguir la consolidación de la cultura organizacional deseada, con certeza, se alcanzarán niveles de integración elevados, así como una estabilidad considerable dentro de la corporación.
En este sentido, toda empresa requiere abocarse a la gestión exitosa de su cultura organizacional, pues la creación de estos cimientos de valor no se da por generación espontánea, sino que precisa de un proceso interminable; si bien los principios difícilmente cambian, sí que es necesario adaptar las operaciones estratégicas de la organización a los cambios que se suscitan en el entorno, conservando la esencia y los ejes rectores de la empresa.
La misión y la visión no son meras aspiraciones ni ideas utópicas, sino que deben traducirse en un proyecto viable que guíe las decisiones y determinen el rumbo a seguir; la finalidad es construir buenas prácticas que lleven a resultados palpables. Una cultura organizacional sólida se traduce en ventajas competitivas y posicionamiento de mercado; por la misma razón de peso, representa un grave error el dejar a la deriva este proceso, puesto que la cultura organizacional precisa construirse de la mano del liderazgo y en torno a valores específicos. Ya lo decía Aristóteles: la excelencia no es un estado sino un hábito.