En la joven pero vertiginosa historia del sector fintech es bastante conocido el caso paradigmático de M-Pesa, el servicio de pagos móviles y microfinanzas creado por Vodafone y la red celular local Safaricom: detonó un proceso de inclusión financiera que parecería milagroso, pero que se sustenta, esencialmente, en seguir la receta probada de los emprendimientos exitosos: tener clara una necesidad, concentrarse en cómo cubrirla eficientemente e innovar con una combinación pragmática pero disruptiva de los recursos con los que se cuente en función del entorno.
Lo opuesto al proyecto del gobierno mexicano, en el que incluso participan las fuerzas armadas. El PIB per Cápita de nuestro país es cinco veces el de Kenia, pero nuestra población con acceso a servicios financieros ronda el 70% y la de ellos pasa del 80%. En 2007, cuando se lanzó M-Pesa, siete de cada 10 kenianos estaban fuera de esa condición.
Hoy, prácticamente 100% de los adultos de esa nación mayoritariamente rural tiene cuentas de monedero electrónico para hacer o recibir transferencias con su celular, pagar compras en establecimientos sin necesidad de efectivo ni tarjeta de débito, comprar en línea o incluso pagar la energía eléctrica de paneles solares en el techo de sus casas. Ni siquiera es requisito que su teléfono sea inteligente. Con ese acceso se abrieron las puertas a otros servicios financieros, como ahorros, crédito personal y para negocios, seguros, y con todo ello, un círculo virtuoso de desarrollo fintech.
El fenómeno incluso ayudó a bajar la incidencia delictiva y, según investigadores del MIT, a sacar de la pobreza a un 2% de la población. Todo esto sin sucursales, sino con el soporte de miles de agentes y negocios afiliados a la red. No es de extrañar que el modelo se está replicando en toda África y otros continentes, ni que Mark Zuckerberg haya viajado a Nairobi para conocer el modelo.
Aquí hay un ejemplo concreto del concepto de emprendimiento en la base de la pirámide: se puede ayudar a la población más olvidada con proyectos financieramente rentables, y viceversa. Esto es inversión de impacto en acción. De hecho, todo partió de un programa piloto financiado originalmente por un fondo de impacto del Reino Unido creado ex profeso para promover la inclusión financiera en países en desarrollo.
Por el contrario, instalar sucursales bancarias por todo México, con dinero del erario y a estas alturas del Siglo XXI, es el equivalente financiero a construir una refinería en la antesala de la era de los vehículos eléctricos. Justo cuando se prepara la mayor OPI de la historia por parte de Ant Group, propietaria de la plataforma Alipay que usan millones de chinos para pagar con su celular hasta unas galletas, y que hoy invierte fuerte en tecnologías como reconocimiento facial.