Había y hay opciones. Si lo dudan, los reto a ver una hora de la soporífera programación educativa oficial que se está transmitiendo. Como dicen, la necesidad es la madre de la creatividad.
Con datos del INEGI, sólo uno de cada tres hogares con estudiantes cuenta con conexión de alta velocidad. Ni siquiera la cobertura de televisión llega al 100 por ciento, ya no hablemos de las evidentes limitaciones pedagógicas de este medio no interactivo. ¿Por qué no complementar el convenio con las televisoras con acuerdos con los carriers de Internet y que la emergencia se aproveche para dar un salto cuántico en la inclusión digital?
Necesitamos voltear a ver lo que pasa en el mundo más allá del ensimismamiento de la política mexicana. Por ejemplo, cómo marcha a todo motor el Plan España Digital 2025, que implica inversiones por 140 mil millones de euros para asegurar el acceso generalizado al mundo 5G. ¿No podríamos hacer algo equivalente?
Ya existe cobertura territorial para dar acceso al 90% de la población y se podría invertir en la conectividad de zonas apartadas y marginadas con hotspots y planes de conexión subsidiados temporalmente. En el mediano plazo vienen inversiones masivas de empresas como Amazon en satélites. Deberíamos prepararnos para tomar esas oportunidades y qué mejor que lanzar ese esfuerzo en sintonía con el apoyo a alternativas para la contingencia como la propuesta del Cinvestav de Núcleos por la Educación.
La idea es crear masivamente grupos de cuatro niños que, con las debidas medidas de seguridad sanitaria, se reunirían para tomar clases en línea con sus profesoras y los padres de familia como auxiliares, cada casa una semana al mes. Así, no se quedarían sin retroalimentación, supervisión e interacción social, y quedaría un legado perdurable, al dejar sembradas capacidades digitales indispensables para el futuro. No es una quimera: países como Paquistán están tomando estos senderos, con cofinanciamiento de agencias internacionales e incentivos para que inversionistas y provincias se involucren.
Un plan nacional de conectividad con respaldo gubernamental y de la iniciativa privada encontraría inversionistas dispuestos a asociarse a una fórmula ambiciosa y bien articulada. Podría inclusive ser el banderazo de salida para incursionar en serio en esquemas tan prometedores como los Bonos de Impacto Social.
Hacia delante, hay opciones como las escuelas piloto. El gran economista estadounidense Thomas Sowell publicó en junio el libro Charter Schools and Their Enemies, en el que hace una minuciosa revisión estadística sobre la pertinencia de este modelo, como vehículo para abatir los seculares rezagos de estudiantes afroamericanos e hispanos en comunidades de bajos ingresos.
Se trata de escuelas consideradas públicas, al ser financiadas con presupuesto gubernamental, pero cuya operación está bajo control de asociaciones independientes e incluso de empresas a través de contratos con autoridades locales. El esquema se ha replicado en varios países con programas piloto y diversas estructuras de financiamiento público, privado o mixto.