La pesadilla sanitaria, que aún no termina, tiene dos caminos: intensificar la necesidad de recuperar lo perdido, sea como sea, o aprender la lección, descifrar los mensajes que la pandemia ha traído consigo y asumir que el impacto social es una práctica que llegó para quedarse. La crisis se ha llevado empleos, capitales, beneficios, y es muy posible que, cuando venga la reconstrucción, regresen con mayor fuerza los males del modelo económico. Pero, también, puede tomar sentido un modelo de pensamiento que no solo se concentre en la generación de riqueza para los mismos de siempre.
¿Es posible que los empresarios se conviertan en agentes de transformación social? ¿En activistas a favor de las causas que más lastiman a la sociedad?
La raíz de lo que para muchos puede ser una locura, no surgió ante la crudeza de la pandemia. En 2008, Bill Gates habló del creative capitalism como el sistema para generar ganancias y mejorar la vida de aquellos que no se benefician plenamente de las fuerzas del mercado. Después, Harvard citó el blended value como un concepto en el que las organizaciones sin fines de lucro, las empresas y las inversiones se evalúan en función de su capacidad para generar valor financiero, social y ambiental.
Más tarde, Michael Porter acuñó el shared value y, en años recientes, Business Roundtable (el órgano empresarial más influyente de Estados Unidos) lanzó una nueva declaratoria sobre el compromiso de las corporaciones para generar beneficios en clientes, empleados, proveedores, comunidades y accionistas. Sin dejar de mencionar la memorable carta de Larry Fink, CEO de BlackRock, quien llama a las empresas a tener un fuerte sentido de propósito y ajustarse a las cambiantes demandas de la sociedad.
¿Los empresarios en México están cortados con tijeras distintas? Antes de la negra era del COVID-19, empezó a gestarse un ecosistema en pro de los negocios motivados en repartir mejor la riqueza, combatir la pobreza, poner en el centro de la estrategia del negocio a las personas y sus entornos. La pandemia vino a enfatizar estas causas, pero el camino aún es muy largo y está lleno de piedras.
“Al principio de la pandemia pensé que esta era la crisis que necesitábamos para cambiar, pero no ha sido así”, dice Álvaro Rodríguez Arregui, cofundador y managing partner de Ignia, uno de los fondos más importantes para emprendimientos sociales en América Latina. “No hemos escarmentado por una sencilla razón: la pandemia ha sido traumática para el mundo, pero para las élites no ha sido una amenaza”.
“Hoy, la empresa que se mantenga con una mentalidad enfocada a la generación de riqueza perderá mucho valor. Todos los eslabones de la empresa debemos estar conscientes de los problemas que tiene el planeta. Esto deja de ser un nice to have para convertirse en un must to have”, complementa Guillermo Jaime, autor del libro Capitalismo Social. “La empatía va a pagar dividendos”.