Con una perspectiva de los colaboradores, se veía al home office y los horarios flexibles como una solución para tener una vida en equilibrio, si las empresas lo implementaban sería una conquista en el ámbito laboral, ya que era una promesa de valor con un enfoque en el respeto y la libertad a su persona. Ellos iban a tener la posibilidad de disfrutar del tan anhelado balance de vida profesional y personal, al que hacían referencia en diferentes encuestas, como las que se desarrollaron para generar el estudio Tendencias del Entorno Laboral en México.
Ese balance que no era tan fácil de lograr porque era necesario asistir a una oficina en un horario pre establecido y esa era una justificación que parecía válida para no hacer ejercicio, no comer sanamente, no convivir con las familias y/o amigos, no dormir lo suficiente, estar estresados por el tráfico, por los horarios, los gastos; indudablemente la creencia era que el origen del burnout estaba en el lugar de trabajo.
Como líderes existía el paradigma acerca de la responsabilidad y del compromiso; había duda en la implementación de esquemas de trabajo flexible por miedo a la pérdida de control, productividad, a la reacción misma de los líderes y los colaboradores, así como el impacto en los clientes internos o externos de nuestros productos y/o servicios.
De repente, este escenario aspiracional se volvió realidad en el mundo entero. Fue impactante el fenómeno que se dio en las organizaciones, la respuesta ante la emergencia fue una inevitable sinergia ente el CEO + RRHH + líderes para dar certidumbre y evitar los “episodios de psicosis”, al verse en peligro la salud física de nuestros colaboradores y generar un efecto devastador en su salud emocional.
Las prioridades cambiaron, la seguridad es primero. Los presupuestos se redireccionaron a estrategias de cuidado en la salud física, mental y emocional de nuestros colaboradores. Las condiciones de trabajo se flexibilizaron, los procesos de las empresas se adaptaron a una nueva forma de operar, los líderes desarrollaron habilidades de comunicación y conexión emocional con sus equipos, que nunca imaginaron. Y ahí esta la clave para construir equipos sólidos, comprometidos y productivos, no solo para sobrevivir durante la pandemia, sino para crecer y estar listos para enfrentar un nuevo mercado, una realidad que hoy todavía no imaginamos.
Así que, para fomentar el bienestar emocional, los que tenemos el gran compromiso de ser líderes debemos empezar por nuestra propia salud, para poder inspirar a nuestro equipo; en nuestra empresa creemos que para ser líderes exitosos tenemos que ser empáticos, flexibles y tolerantes, eso hará que nuestros colaboradores perciban congruencia y honestidad en nuestra filosofía de conectar al talento con el mundo del trabajo, mejorando sus vidas en todos los aspectos.
Hoy líderes y colaboradores nos dimos cuenta de que lo que creíamos que funcionaría para promover el bienestar emocional en nuestras organizaciones ha cambiado, estamos aprendiendo que es una responsabilidad compartida entre la forma de ser de las empresas al proporcionar condiciones flexibles de trabajo y de los colaboradores, en la manera que asumamos el compromiso de organizar nuestras vidas.
Hemos comprobado que nuestro bienestar emocional depende de cada uno de nosotros como individuos, identificando qué nos satisface, cuáles son los motivadores para levantarnos todos los días, qué actividades nos relajan, qué nos apasiona en la vida. Cuidar de nuestra salud física y mental es una tarea que requiere constancia y mantener una relación familiar saludable es un trabajo de todos los días.
El gran reto que tenemos las organizaciones después de la llegada de la pandemia ha sido colaborar con personas con una salud emocional polarizada y que están viviendo escenarios distintos. Por un lado, están los que lograron asumir la responsabilidad del cambio, que evolucionaron integrándose y adaptándose a la nueva normalidad, con una mente flexible, resilientes y listos para enfrentar lo que sea.
Otro segmento corresponde a quienes no tuvieron la oportunidad de adaptarse, quizá por haber vivido los efectos del COVID-19 en su propia familia y su economía, que están afectados por su realidad. Y, por último, los que simplemente no han vivido las consecuencias de la pandemia de forma cercana, pero no logran ver que el mundo está evolucionando a una velocidad increíble y continúan en su zona de confort.