A principios de la pandemia de COVID-19 se decía que esta enfermedad no afectaba a los niños o los afectaba muy poco, de hecho, en un informe emitido por UNICEF en noviembre de 2020, describe que, de 87 países desglosados por edad, los niños y los adolescentes representaban 1 de cada 9 infecciones. Hoy se sabe que pueden contraer esta enfermedad y que pueden contagiar a otros; incluso se ha manejado que es posible que generen una inflamación de sus órganos y esto les ocasione la muerte, denominada síndrome inflamatorio multisistémico.
El 19 de febrero de 2021, el Centro para el control y prevención de enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), declaró que no sabía qué causa este síndrome, pero que muchos niños que lo contrajeron tuvieron el virus que causa el COVID-19 o han estado cerca de alguien con el virus. Hasta el momento no existe información que concluya que el virus del COVID-19 tiene relación directa con este padecimiento.
Se entiende que después de escucharse sobre la gravedad a la que puede llegar la enfermedad en los niños, algunos padres de familia estemos preocupados por el regreso a la escuela. Los niños pueden transmitirse la enfermedad entre ellos y a sus familiares mayores, sin embargo, existen casos en donde los niños, por necesidad de los padres, han tenido que seguir asistiendo a la escuela y con las medidas sanitarias el contagio ha sido nulo.
Otros padres, aunque sus hijos no han tenido que asistir a la escuela, han buscado otras actividades extracurriculares con la finalidad de que sus hijos pudieran hacer más llevadera la situación emocional que este encierro ha generado, promoviendo actividades sociales y/o deportivas, las cuales, al haber sido manejadas de forma correcta, tampoco han sido peligrosas.
La realidad es que aunque alguien resulte contagiado, no estamos seguros del lugar donde contrajo el virus y, después de 14 meses, es raro ver una familia que aún se encuentre recluida exclusivamente en sus casas, sin tener contacto con otros.
Otro punto muy importante es considerar que, aunque existe un sector de la población infantil que puede tomar clases a distancia, no debemos pasar por alto que la brecha tecnológica entre la población que no cuenta con internet ni los dispositivos electrónicos para llevar una jornada de clases en el tiempo regular. Es más, me atrevo a decir que hay quienes, en los sectores más vulnerables, llevan 14 meses o más sin recibir lecciones ni retroalimentación sobre su desempeño y que no saben qué pasará con su situación educativa.