Desde que, primero en la radio y posteriormente en la televisión mexicanas, empezaron a surgir y crecer los noticiarios como una alternativa informativa a los medios impresos, brotó la necesidad de realizar un monitoreo de la información. Antes del ahora famoso “neoliberalismo” ese monitoreo era de interés únicamente para los tres poderes -tanto federal como estatales-, organismos públicos descentralizados y empresas paraestatales; el sector privado prácticamente no figuraba en la información excepto por circunstancias muy especiales.
Cuando en los años 80 empezó a desarrollarse el liberalismo económico y se firmó el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre México, Canadá y Estados Unidos (1992), empezaron a llegar a México empresas de diversa índole que requerían de una eficaz relación con los medios de comunicación para darse a conocer, promover sus productos y servicios y saber qué se decía de ellas, lo cual requería de un monitoreo de medios y su respectivo reporte.
Eso tuvo un doble efecto: por un lado generó un crecimiento en la información noticiosa y con ello la necesidad de monitorear los medios impresos y electrónicos, tarea que recayó en las coordinaciones de comunicación social o en agencias de relaciones públicas y otras empresas que empezaron a especializarse en ello.
Por el otro lado, la dinámica económica y empresarial impactó en los medios de comunicación: se incrementaron los espacios noticiosos en la radio; los noticiarios en televisión ampliaron su cobertura a lo largo del día; surgieron programas especializados en negocios y finanzas, y la llegada del internet amplió la gama de cobertura a través de agencias de noticias, de portales noticiosos y, por supuesto por medio de las redes sociales.
Del monitoreo surgieron las “Síntesis informativas” impresas y/o electrónicas que con el tiempo, ante los cúmulos de información y comentarios, incluidos los surgidos en las “conferencias de prensa” mañaneras del presidente, perdieron el carácter de síntesis para transformarse en volúmenes de varias decenas de páginas. Por ejemplo: 136 páginas de la Síntesis del Congreso de la CDMX o 252 de la de la Cámara de Diputados, del 28 y 25 de junio pasados, respectivamente. Mamotretos que requiere de algunas horas para leer. En mi caso, cuando fui funcionario público, nunca tuve el tiempo de revisar completa alguna de esas síntesis.