La contrastante orografía peruana marca un corte abrupto entre las ciudades costeras y lo que se encuentra detrás de las montañas y los Andes. En un par de horas cambia el clima, la presión del aire, la composición étnica y el desarrollo económico.
El mestizaje en Perú no fue tan regular y profundo como el mexicano. La élite criolla situada en la costa tuvo una muy limitada interacción con la población indígena del interior por lo complicado que era cruzar los Andes. Era más económico traer un esclavo de China que hacer cruzar un quechua desde el otro lado de la cordillera.
Esa división ha marcado la mayor parte la de la historia peruana e impide a la fecha la consolidación de un proyecto nacional. No fue hasta 1980 que se implementó el voto universal. Previamente no se permitía a las mujeres ni a los analfabetos votar, barrera que bloqueó enormemente la participación de amplios sectores sociales. Previo al voto universal todos los presidentes fueron limeños y en los últimos 30 años ya han llegado al poder tres presidentes del interior.
En las carreteras a las afueras de Lima también llaman la atención del foráneo los “espanta-terroristas”, maniquíes vestidos con uniforme militar que durante la época de Sendero Luminoso se colocaban con el afán de evitar que los terroristas incursionaran en las secas montañas de la periferia e hicieran explotar las torres del sistema eléctrico.
Aunque la década de los 90 nos parece distante, el imaginario colectivo peruano todavía es acosado por estos dos espectros. Keiko puede ser acusa de corrupta y mucho más, pero el Fujurismo es visto como el salvador de la amenaza terrorista. Hoy su candidata todavía goza de ese bono de confianza. Pero para la otra mitad del país, ella representa la élite limeña que se ha encargado de dominar el país y menospreciar a la gente del interior. Para ellos, Pedro Castillo representa la oportunidad de hacer suyo un país que tanto se esfuerzan en negarles.
Los fantasmas peruanos nacen de fracturas sociales que a la fecha siguen irreconciliables. El miedo al terrorismo, por muy poco fundado que esté, sigue haciendo ruido en el votante peruano. El clasismo y racismo que se gestaron en tantos siglos de aislamiento mantienen reticente a los grupos oligárquicos de Lima a aceptar presidentes “de fuera”. Para los del interior el desprecio de los limeños ya no es prorrogable y no aceptarán ningún intento para anular la elección.
Quien asuma la presidencia en los próximos días se encontrará un país fracturado en lo político, pero especialmente en lo social. Si el siguiente dirigente no quiere sumarse a la lista ignominiosa de presidentes fallidos de los últimos cinco años, tendrá que dejar de pensar en extremos e inclinarse al centro con un propósito claro: desarrollar un único proyecto de nación que exorcice los fantasmas del Perú.
Nota del editor: José Luis Barrera Ruiz es asesor Legislativo en el Senado de la República. Internacionalista y Administrador Público. Síguelo en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión