Por ejemplo, hace poco buscó (pero no compró) unas sandalias para su siguiente viaje a la playa, y ahora la publicidad que ve no solo le recuerda comprar las sandalias que vio sino que también le muestra ofertas de boletos de avión y habitaciones de hotel en playas de México.
¿Cómo sucede esto? ¿Cómo puede anticipar nuestro celular las cosa que queremos comprar? ¿Es una casualidad o de plano el celular nos está espiando?
La explicación es de hecho bastante sencilla. Toda nuestra actividad digital deja un rastro. Ese rastro digital se convierte en un set de datos masivos que, en su conjunto, ayudan a los principales proveedores de publicidad en internet - como Google y Facebook- a entender nuestros gustos, hábitos de compra y consumo, y nuestras necesidades inmediatas en función a nuestro comportamiento en línea. De esta forma, se muestra publicidad de manera más eficiente y directa.
Nuestro rastro digital incluye los ‘likes’ que damos, las páginas que seguimos, las búsquedas que hacemos, las páginas web que visitamos, las publicaciones que leemos, compartimos o comentamos en redes sociales, las fotografías y videos que vemos, etc. Es decir, todo deja huella y, conforme avanzamos, con el tiempo, los gigantes de los negocios digitales como Google, Facebook, Twitter, etc, “nos conocen” mejor; tanto, como para poder anticipar aquello que nos puede interesar y ofrecérnoslo a través de alguna de las marcas a las que les venden publicidad.
El rastro digital que dejamos en internet define, en buena medida, nuestro perfil consumidor. Y cuando ese perfil consumidor se detalla aún más con la información que proveemos a compañías como Facebook y Google, con datos como nuestra edad, género, estatus marital, hábitos, ciudad de origen, lugares que frecuentamos, las corporaciones asignan nuestros perfiles digitales a uno o varios segmentos de mercado del interés de las marcas. Esto sucede a través de complejos algoritmos que analizan nuestro comportamiento y generan perfiles de alta segmentación.