De igual forma, sigue sin quedar claro cómo se instrumentarán los apoyos económicos que se habían prometido a los países en desarrollo para alcanzar su parte del acuerdo. Desde hace unos años, éstos se estimaban en unos 100,000 millones de dólares anuales y otro año más siguen siendo solo promesas, pero ahora se estiman en al menos tres veces más.
Tampoco se acaba de definir la forma de alcanzar los compromisos de reducción de emisiones para cada país. Es decir, ponerle fecha y monto al objetivo: ¿cuánto vamos a reducir? y ¿qué tan rápido? Parece un tema menor, pero es en realidad lo único que debiéramos debatir en estos momentos, y no pensar si el acuerdo deba irse al año 2050 o hasta 2100.
Otro avance limitado se observa en el Artículo 6 del Acuerdo de París, referente a la creación de mercados de carbono. Después de seis años de arduas negociaciones, se progresa en la dirección correcta al establecer las bases para que los países puedan reducir sus emisiones y, de esta forma, participen en el mercado de carbono en caso de obtener resultados significativos en sus esfuerzos. Se pide a los países que generen un inventario de emisiones para 2024 y se establecen criterios de compensación sobre emisiones, claves también para el avance de dichos mercados de carbono.
A toro pasado, no está de más decir que ni siquiera los países ricos han honrado sus compromisos. Los países en vías de desarrollo afrontarán primero los embates del cambio climático, pero, en todo caso, no se ve claro que algún país pueda quedar exento. México, por su parte, acudió a la Cumbre sin mucho que ofrecer. Llegó y se fue sin nuevos compromisos de reducción de emisiones y con compromisos adquiridos, pero suspendidos por un tribunal.
Las medidas de los países para reducir las emisiones y mantener las temperaturas lo más bajas posible no han cumplido las expectativas y, de esta forma, México gana nuevamente un poco de tiempo a nivel diplomático, pero no necesariamente a nivel ambiental.