El error de percepción de las autoridades monetarias con respecto a la naturaleza de la inflación los llevó a aplicar un enfoque gradualista de alza de tasas. A pesar de la evidencia temprana de la existencia de una inercia inflacionaria, las autoridades se resistieron a aplicar aumentos de tasas de mayor magnitud bajo el argumento de que los factores detrás de la inflación era temporales.
Bajo ese argumento, la inflación tendería a la baja por si sola una vez que dichos factores se desvanecieran.
Al interior de la Junta prevaleció la idea de que no era necesario aumentos mayores de tasas, descartando así la posibilidad de aumentos de 50 puntos base en lugar de los 25 que se venían aplicando. La inflación estructural dio señales claras de una tendencia más persistente que transitoria.
Después de terminar en 3.80% en diciembre de 2020, la inflación subyacente se fue al alza hasta alcanzar 4.12% en marzo cuando aún algunos integrantes de la Junta todavía buscaban “ventanas de oportunidad” para continuar reduciendo la tasa de interés.
La inflación subyacente no solo no validó el argumento de transitoriedad sino que incluso lo desafió al cabalgar aún más alto y situarse en 4.58% en junio cuando el banco tímidamente decidió que era importante “reforzar” la posición monetaria con un alza de 25 puntos en la tasa de interés de referencia.
Sin embargo el argumento de transitoriedad no se desechó, a pesar de que la inflación siguió con el desafío, y el banco decretó tres nuevos incrementos de la misma magnitud.
Obviamente el erróneo enfoque gradual generó dudas sobre el quehacer monetario y alimentó la idea de “complacencia inflacionaria” por parte de la Junta monetaria. La actuación monetaria pasiva y complaciente de las autoridades contribuyó a minar la credibilidad de los agentes formadores de precios y a dudar acerca de las estimaciones oficiales de inflación.
La falta de un programa monetario definido que sustentara las estimaciones oficiales de inflación a la baja acentuaron las dudas en los formadores de precios y alimentaron expectativas de mayores tasas de inflación para finales del año.
En noviembre, lejos de dar señales positivas, la inflación sorprendió a la misma autoridad monetaria al presentar una virulencia más agresiva que mandó a la inflación subyacente a 5.67% y a la general a 7.38%, casi el doble del objetivo de 3% para la primera y más del doble para la segunda.
La realineación de precios fue más generalizada, incluso impulsando precios que tradicionalmente reportan moderación en el mes. Ante la evidente realidad inflacionaria, en diciembre la autoridad monetaria fue forzada a responder como debía haberlo hecho antes: decretó un aumento mayor para la tasa de interés de 50 puntos base. A pesar de ello, las condiciones monetarias son todavía acomodaticias en el país.
La virulencia inflacionaria constituye una señal de que el fenómeno parece haber entrado en una inercia retroalimentada por expectativas y formación de precios, que cada vez apuesta por mayores niveles.
Generalmente este fenómeno inercial no nace por sí solo, sino más bien es el resultado de la ausencia o debilidad de acciones monetarias encaminadas a cumplir con el mandato antinflacionario del banco central. Si los formadores de precios dudan de los argumentos oficiales y no ven acciones firmes y contundentes entonces se adelantan y generan una realineación anticipada.