Históricamente la educación, que en paz descanse, siempre tuvo cinco elementos:
1. Un campus o escuela, es decir, un espacio físico para estudiar.
2. Profesores, la palabra profesor viene del latín pro fass tor : que significa declarar en público. Era, quien declaraba “la verdad en público”.
3. Alumnos, la palabra alumno viene del latín alumnus, del verbo alo ‘alimentar, nutrir’ pues se refería a alguien que era alimentado intelectualmente.
4. Un currículo, qué nos decía qué “estudiar” no “cómo” o “por qué” hacerlo.
5. Un título de grado que validaba que habías completado tu aprendizaje.
Pero ¿qué mató a la educación?
Uno de los primeros síntomas de que la educación estaba en estado crítico se vio con el nacimiento de internet. ¿Por qué? Internet democratizó el acceso al conocimiento que antes estaba resguardado en las universidades o las escuelas. Era contenido gratuito, y sin barreras, con acceso a profesores de clase mundial, no era necesario ir a una escuela para obtenerlo.
Sin embargo, seguían existiendo paradigmas sociales que sostenían la educación: para aprender, creíamos, había que estar en el salón de clases. Tal vez por eso la primera ola de contenidos educativos web (los famosos MOOCs) fracasó, pues al no estar en el aula la gente no sentía la necesidad de poner atención. También existía otro impedimento cultural, la necesidad de que el conocimiento fuera exclusivo, pues si sabías lo que todos sabían, entonces no tenías ventaja competitiva.
Pero llegó el COVID-19 y le dio la estocada final: se incrementó el uso de internet y de las nuevas tecnologías. Los paradigmas que aún estaban en pie fueron derrocados: los campus quedaron vacíos, los alumnos fueron desterrados, los profesores perdieron sus cátedras.
Se sintió el pánico, pues, por ejemplo, desastres naturales como el Huracán Katrina, demostraban que un estudiante que perdía 10 o más días de clases tenía 36% más de posibilidades de dejar sus estudios para siempre. ¿Qué pasaría con esta generación que perdía un año? Reportes como el de Mckinsey sobre el COVID-19 y la afectación educativa vaticinaban que perder estos años de escuela significaría una pérdida de sueldos en la vida de los jóvenes que podría durar toda su vida laboral. Los miedos eran naturales. Pero había esperanza. Se vislumbraba un nuevo futuro.
Si yo hubiera querido convencer al Board de Harvard (o de cualquier otra universidad) que nos permitiera hacer un experimento y enviar miles de alumnos online me hubieran llamado loco. Pero ¿qué pasó? Estando en casa la gente se puso a aprender.
Surgió el boom de las EdTech, para noviembre de 2021 según HolonIQ se contabilizaban 32 unicornios relacionadas con educación y tecnología, las cuales colectivamente han levantado más de 21,000 millones de dólares en inversiones y que ahora son valuadas colectivamente en 95,000 millones.