(Expansión) - El canal exitoso de YouTube que prácticamente se convierte en una televisora de bolsillo; el grupo de Facebook que sirve como bazar digital, donde las personas pueden desde amueblar sus hogares hasta encontrar clases particulares; la cocina fantasma que ahora tiene miles de seguidores en Instagram; las aplicaciones de transporte y delivery, que durante los peores momentos de la pandemia ayudaron a negocios y familias a mantenerse a flote.
Todos estos ejemplos tienen algo en común: sirven para que las personas como tú y como yo utilicemos las herramientas del siglo XXI para superar limitantes del siglo XX. Con la llegada de los dispositivos móviles y el 4G, no sólo cambió la manera en que nos entretenemos, compramos, comunicamos y movemos (pueden preguntar a los canales de televisión, las tiendas físicas y las compañías telefónicas), también cambió la manera en que generamos ingresos. Éste es quizá es uno de los cambios más importantes que las plataformas digitales trajeron a nuestras vidas.
Hasta hace no muchos años, la economía se caracterizaba por la presencia dominante de productores e intermediarios masivos: la gran fábrica de pantalones los vendía a la gran tienda departamental, que finalmente los llevaba al público. Y el trabajo que demandan estas empresas implica un número fijo de horas, con una remuneración establecida acorde, que no necesariamente permiten al empleado hacer un uso más eficiente de su tiempo o tener la posibilidad de generar ingresos conforme a su necesidad.
Las aplicaciones generan una disrupción sobre ese esquema, porque facilitan la relación entre personas, productoras y consumidoras. El videoblogger ofrece directamente su contenido al usuario; la cocina fantasma ofrece directamente su comida al comensal, el anfitrión su casa al huésped, el dueño del coche lleva directamente al pasajero y así sucesivamente.
Las personas tienen entonces mucha mayor flexibilidad y autonomía para decidir cuánto tiempo y recursos invertir para generar ingresos con base en su necesidad; pueden difundir sus servicios a un costo asequible y encontrar mercados afines a ellos; o consiguen generar valor a partir de los bienes que poseen y traducirlos en capital propio. Como todo cambio, la expansión de una economía digital y colaborativa no ha estado exenta de cuestionamientos, sobre todo en lo relacionado a nuevos modelos de generación de ingreso.
Es un hecho que las aplicaciones han significado una oportunidad para miles de personas de complementar o incluso sustituir su fuente de ingresos: el esquema actual, basado en la flexibilidad, se ha posicionado como un verdadero motor de bienestar para muchas personas y hogares en México y el mundo.
Sin embargo, esto no quiere decir que las plataformas digitales estén decididas a ignorar las necesidades e integridad de sus usuarios. Por el contrario, los ponen al centro para tomar decisiones que benefician a todos. Por eso resulta imprescindible ampliar el debate y escuchar a todas las voces en las discusiones sobre la dirección que está tomando la economía digital en éstos y en muchos otros ámbitos en los que la innovación pone a prueba nuestra realidad cotidiana.
En este sentido, es importante advertir el riesgo de impulsar o aprobar regulaciones que no se originen desde la nueva realidad de los usuarios de plataformas digitales y que no pongan al centro sus necesidades. Seamos claros: regular a las aplicaciones como si fuesen empresas tradicionales sería como pretender jugar dominó con las reglas del póquer.
En cambio, si las regulaciones son producto de un intercambio plural y fructífero entre autoridades, aplicaciones y usuarios, con toda seguridad hallaremos las reglas adecuadas para el nuevo juego que estamos construyendo. La meta nos parece clara: buenas regulaciones para mejores aplicaciones, mejores aplicaciones para mejores oportunidades, mejores oportunidades para un mayor bienestar. Hay que intentarlo.
Nota del editor: Enrique Mendoza es Gerente General Beat México. Síguelo en
. Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.