La estrategia de contención de precios de las gasolinas se basa casi en su totalidad en la no recaudación del impuesto IEPS. Es decir, el gobierno está dejando de ingresar el IEPS sin alterar las ganancias de otros agentes en la cadena de valor de la gasolina.
Si con todo y la condonación del IEPS el precio de la gasolina sigue subiendo, el gobierno implementa un subsidio complementario. Sin embargo, esto no es un control de precios.
¿Qué es un control de precios y para qué sirve?
El control de precios es una herramienta de política económica que sirve para manipular las cantidades comerciadas y consumidas de un producto en un mercado, teniendo fuertes impactos en la organización de la industria en cuestión.
Más aún, sirve para segmentar (dividir) a un mercado en función del precio. Por ejemplo, si se desea que la población más pobre consuma leche (o que, al menos no baje su consumo actual), el precio de la leche se fija por debajo del precio de equilibrio del mercado. De esta manera se genera una sobredemanda.
Para que esa nueva demanda en exceso sea satisfecha por los productores, debe haber empresarios dispuestos a ofrecer leche más barata a cierto segmento de la población. Y para que eso suceda, alguien debe subsidiar a los productores para que puedan seguir operando sin quebrar.
El control de precios es una herramienta del mercado cuyo fin no es el precio en sí mismo, sino la cantidad consumida.
Por esta razón, los controles de precios no están diseñados para el combate de la inflación; para eso está la tasa de interés objetivo del banco central.
El caso de los alimentos es muy distinto
Primero hay que entender que en el panorama inflacionario actual los alimentos suben de precio por un incremento insostenible en los costos de producción, no porque los empresarios quieran aprovechar el momento y hacer su agosto.
La inflación de los alimentos forma parte del ajuste ineludible que todos los precios de la economía deben experimentar en la coyuntura inflacionaria que estamos viviendo.
Si se limita a la industria alimentaria a ajustar sus precios, se corre el riesgo de quebrar a los productores de alimentos, y entonces, generar escasez y una mayor inflación que la que se busca evitar.
Por ejemplo, si se estableciera un precio tope a cualquier alimento, por debajo del equilibrio del mercado, solo algunas empresas podrían seguir operando, limitando la oferta y encareciendo más al producto.
Un control de precios a los alimentos generaría el cierre de múltiples empresas a lo largo de la cadena de valor, provocando una profunda recesión sectorial que acarrearía desempleo y una pérdida irrecuperable de la capacidad productiva. Digamos que es más costoso el remedio que el supuesto beneficio.