Pareciera ser que la educación es un servicio al cual se busca tener un asiento en primera fila de espectáculo al que no se quiere asistir.
Desde la voz del estudiante se escuchan comentarios que evaden el problema echando culpas al sistema educativo. Por una parte, se escucha: faltan recursos económicos, los espacios escolares parecen de la edad media, el maestro no me entretiene, la profesora es aburrida, todo es puro rollo con yara yara show, la plataforma no es atractiva, el documento es largo, el conocimiento ya no aplica y lo que me enseñan no sirve para la vida.
Por la otra, los mentores y consejeros educativos comentan: es espantoso el nivel de desconexión y bajo compromiso de los educandos, se describe a las alumnas como: cansadas, sobrepasadas, exhaustas. En los grupos de maestros se comenta la gran lucha que hacen los jóvenes para focalizar su atención en las tareas tanto dentro como fuera de clase.
Parece que los elementos sociales como: conflictos geopolíticos, recuperación de la pandemia, problemas económicos y exceso de información basura está consumiendo la capacidad útil del procesador neuronal que permite el aprendizaje. ¿Qué hacer en esta situación de pesimismo que puede llevar a un fatalismo?
Lo primero que se debe de tomar conciencia es de la propia humanidad. El ser humano tiene intereses, afectos, conocimientos, confía, cree y con esto se alinea en los valores que considera comunes. Los niños buscan guía en los adultos. Los adolescentes en sus compañeras o amigos. Los adultos en expertos o gurús que aparecen.
Cuando una persona es capaz con su testimonio de vida demostrar los valores que tiene, genera credibilidad. Los integrantes de una familia o grupo social que la tienen inspiran confianza. Las transacciones humanas desde una venta, consejo, atención médica, selección de una universidad se ejecutan por esa confianza en quien lo comunica.
Esto lleva a una profundización en conocimiento y afecto, inteligencia lógica y emocional, que deriva en un interés. El hecho real es que hoy nadie cree en que la educación es la salvación a los problemas. Por lo mismo existe desconfianza en esa bestia desconocida que es el sistema educativo y se le critica o desea modificar con sustentos frágiles que complican más el creer en ella.
Los principios humanos y psicológicos que llevan a apoyar una visión o propuesta de un futuro cercano mejor son simples. Nadie cree en quien no confía. Nadie confía en quien no conoce. Nadie conoce a quien no quiere. Y la querencia surge de un interés.
Lo segundo en lo que hoy se debe actuar es en alinear valores, credibilidad, confianza, conocimiento, afecto, interés en la capacidad de apoyar desde las aulas universitarias, físicas o virtuales, a impulsar un individuo a la vez el que cada quien busque crecer a su mejor versión. El cambio no vendrá del cielo o por una vacuna de esperanza.