La razón debería ser evidente: por desdicha para algunos, o por ventura para otras, casi todos nuestros satisfactores no provienen de la madre tierra, sino de un barril de crudo. Con ello, no pretendo hacer una apología sobre la industria petrolera, sino poner los cables en tierra.
Y hablando de cables, aquellos que suponen que la vocación de los hidrocarburos es la generación eléctrica, será tal vez porque los tienen cruzados en el cerebro. En su estado natural, el petróleo ni es bello como el sol ni poderoso como el viento. Más bien, es una sustancia poco estética y algo pringosa al tacto. Para colmo, tal como brota del subsuelo es poco más que inútil.
El crudo despliega su versatilidad avasalladora una vez que pasan por procesos industriales que, según Ronald Stein, candidato a recibir el premio Pulitzer, ponen a nuestro alcance alrededor de 6,000 productos de los que dependemos, como criaturas de pecho, para nuestro bienestar. Esto ya es cuento muy viejo.
Incluso los mexicas usaban chapopotli para elaborar tzictli, que además de ser usado para el cuidado y limpieza dentales, era uno de los productos predilectos de las Ahuianime, mujeres del México antiguo cuyo oficio era seducir, entre otras cosas, con una dentadura deslumbrante. Si bien ya no es apto para la seducción, los chicles de hoy también están hechos de un plástico, mejor conocido como acetato polivinílico, derivado del procesamiento del petróleo.
Aparte del chicle, también de él está hecha la suela sintética que pisa en el suelo de asfaltado donde algún mal paseante lo escupió. Salvo en un mundo muy virgen, casi todo está hecho de petróleo, incluso las llantas y la estructura de la bici del eco-ciclista cuyos ataques al polifacético crudo no cesan desde el dispositivo que también se hizo con él.
Entonces, el cuestionamiento común de por qué construir una refinería cuando las energías del futuro son las renovables, debería convertirse en si “nuestra” Dos Bocas será capaz de producir derivados suficientes para colmar nuestras necesidades. Además, la pregunta asalta los sentidos porque el futuro del petróleo (tal vez más del gas) no está en la generación de electricidad, sino en todo lo que consumimos.