Lo que no es sano es que falten reglas transparentes sobre cómo entrar al debate y por qué motivos elijen a los ponentes. A la que escribe le han dicho que una tiene que acercarse a un partido político, o viceversa, el cual tiene que proponer al ponente propuesto o que se propone. La pregunta importante aquí es la que sigue: si una no tiene conocidos (o amigos) dentro de los partidos políticos, ¿Qué hacer para proponerse y ser propuesta? ¿O para que la propongan los que proponen para ser aceptada por otros más?
Peor aún. ¿Qué sucede con aquéllos que no albergamos simpatías por partido político alguno? … ¿O los que somos críticos de nacimiento y ni la Reforma de Peña nos parece el génesis ni vemos en la de AMLO el apocalipsis? Porque en el formato del parlamento hay dos posturas: a favor y en contra de algo, como si fuera fácil tomar esa postura y defenderla en exactamente 10 minutos.
Al inscribirse, una debe elegir alguna mesa y hacer ‘clic’ para definir una postura de uno u otro lado. Por ejemplo, para participar en el foro llamado “El Estado Como Garante de la Soberanía Energética”, hay que elegir entre el botón “a favor” o “en contra” cuando debería haber un tercero que dijera “depende.” Es decir, sólo un obnubilado podría elegir fácilmente una postura así de binaria cuando habría que ver de qué forma el Estado Garantizaría la Soberanía Energética. Más aún, cada palabra puesta en mayúsculas en sí misma podría desatar una discusión interminable. Y nadie en su sano juicio quiere eso para México.
Así podríamos extender la lista de oposiciones binarias. Estado vs. Mercado, Energías Verdes vs. Combustibles Fósiles, Electrones Limpios vs. Cochinotes (sic), CFE vs. los Particulares, Fifís vs. Chairos y así ad nauseam. En ese formato hay poca cabida para quienes se sienten incómodos entre dos muros que atrapan juicios complejos en oposiciones simples y binarias.
¿Para qué un Parlamento Abierto si los que entran ahí probablemente saldrán con el criterio idéntico al que tenían al iniciar el foro que les corresponde? Sería realmente prodigioso para los mexicanos ver que un tomador de decisión se pusiera a cuestionar seriamente su postura a raíz de una intervención; o que un ponente, al interactuar con otro, o bien con un legislador, se moviera tantito de su base. Imagínense si Manuel Bartlett, de repente, reconociera que los privados no son engendros de Satanás, sino que así los pinta porque le conviene como postura de negociación. Y en el fondo de su consciencia adivinamos que esa es su postura real.