Bajo estas circunstancias, también podríamos sumarle el hecho de que México es uno de los países más competitivos para atraer aquellas industrias que buscan reubicarse. Los 23 acuerdos comerciales con los que contamos, en especial el T-MEC, nuestra capacidad industrial, ubicación geográfica, recursos naturales y capital humano nos dan ventajas contra otros países que luchan por atraer a estas empresas, como es el caso de Brasil, Colombia, Turquía o Polonia.
Por otro lado, imaginando al tren interoceánico como un proyecto integral, esperaríamos ver avances no solo en la rehabilitación del ferrocarril del Istmo, sino también en la modernización de los aeropuertos en Ixtepec y Minatitlán, así como en los puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos. Esto en su conjunto, crearía mayor conectividad y facilitaría el comercio entre Asia y la costa este de Estados Unidos.
Si somos capaces de cumplir estos objetivos, podríamos esperar que el proyecto del Corredor Interoceánico tenga un efecto multiplicador positivo en nuestra economía y esto se basaría, entre otras cosas, en el simple hecho de que, como dicen algunos expertos, sería muy probable reducir hasta seis horas el traslado que usualmente tarda un buque en cruzar el Canal de Panamá.
Sin embargo, y como lo he dicho en varias ocasiones, es importante mejorar el Estado de derecho, garantizar la seguridad pública y, en la medida de lo posible, mantener un ambiente económico estable para aspirar al desarrollo económico y social de la zona.
Adicionalmente, es imprescindible que el país pueda garantizar el suministro de energía en el mediano y largo plazo (electricidad y gas natural) para la industria que pretenda establecerse en la región y que desee producir algún bien u ofrecer algún servicio. De no trabajar en todo esto, simplemente, las inversiones no llegarán.