La robótica con algoritmos digitales ya empieza a ver la luz en modelos comerciales de prótesis con predicción y estabilización de movimientos a través de mediciones electromiográficas (señales eléctricas originadas en los músculos), así como en prototipos de tecnología de respiración artificial que utilizan bucles de información entre la máquina y el sistema cardiopulmonar del paciente para predecir si requiere adaptaciones dinámicas de su indicadores del nivel de oxigenación o si el paciente puede ser retirado con seguridad o no del respirador automático.
La sofisticación en la aplicación de la IA en el diagnóstico de enfermedades, la selección de tratamientos, planeación de intervenciones quirúrgicas o inclusive la cirugía robótica a distancia, está a unos cuantos años de pruebas clínicas para su validación y ejecución convencional.
La singularidad tecnológica es la cumbre de la IA, la explosión de inteligencia resultante dará lugar a máquinas cada vez más autónomas y precisas que podrán generar grandes beneficios a la humanidad a través de sistemas de salud más eficientes, pero también podrá dar lugar a grandes dilemas bioéticos y de control sobre esas mismas capacidades.
La idea de estos sistemas inteligentes ha creado bandos entre los escépticos y los optimistas de la IA y plantea un activo debate, como lo vemos entre los autores Peter Diamandis de Singularity University y Max Tegmark del MIT. El futuro de la salud en el campo de la IA y la singularidad aún tienen mucho camino en común por recorrer.
Lo que el doctor quiso decir
No sé si les pasa como a mí cuando escucho o leo al Dr. Fernando Castilleja hablarnos del futuro de la salud: parece que estamos viendo cómo se convierte en realidad todo lo que hace unos años se llamaba “ciencia ficción”.
Me encantó la conclusión de “inteligencia es igual a conexión” y no a individualidad, porque ello significa que sea lo que sea que tenga que pasar, será por la suma coordinada de muchos esfuerzos de investigación e innovación colaborativa.