La primera está relacionada con la importancia de tener objetivos bien definidos. En teoría, juntar los pilares ESG hace sentido para que las empresas reduzcan su huella ambiental, generen un impacto social empezando por sus trabajadores y se conduzcan de una manera íntegra. Sin embargo, al ser tres objetivos tan diferentes, sin una ruta clara de cuál prevalece sobre otro, han derivado en controversias.
Por ejemplo, S&P Dow Jones sacó a Tesla de la versión ESG del índice S&P 500 por problemas asociados con las condiciones laborales que ofrece y la gobernanza de la compañía, a pesar de que se dedica a fabricar automóviles eléctricos que contribuyen a reducir las emisiones de carbono. ¿Qué dimensión debería de pesar más? ¿Cuál es el objetivo final del esquema?
Esto se complica aún más si se entiende que ESG en realidad se considera una herramienta de manejo de riesgos de largo plazo para identificar qué tan expuesta está una empresa a presiones ambientales, sociales y de integridad. Su objetivo primordial no es mejorar el medio ambiente ni hacer una diferencia en el mundo.
La segunda lección es que la falta de evidencia y de mediciones puede generar consecuencias perjudiciales. ESG asume que al invertir en compañías que están mejorando en alguno de sus tres pilares, se obtienen rendimientos mayores mientras se genera un impacto positivo. Sin embargo, esto es difícil de comprobar ya que hay alrededor de 160 empresas calificadoras de ESG alrededor del mundo, que miden indicadores distintos que no son comparables o transparentes.
Algunos críticos creen que esto ha derivado en prácticas de publicidad que, en el mejor de los casos, no han tenido un impacto sobre el medio ambiente ni las personas. Otros analistas son más drásticos y creen que este esquema ha limitado la acción gubernamental para tener regulación más estricta que se necesita para combatir el cambio climático.