Las respuestas podrían encontrarse en una casa de espejos. Ahí, es posible ver muchos rostros, todos distintos, algunos más desfigurados que otros, más transparentes o confusos, pero al final en su interior estamos todos. La analogía se explica así: nuestra relación con los impuestos se caracteriza también por un sinfín de percepciones que, al mismo tiempo, nos llevan a observar a los otros con sesgos y así construir el entorno que mejor se adapta a lo que queremos ver.
Por fortuna, hay una referencia mil veces más autorizada sobre la materia. En 2019, el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) realizó el estudio “Percepciones de Desigualdad y Movilidad Social” bajo la autoría de Rodolfo de la Torre, Roberto Vélez-Grajales, Raymundo Campos-Vázquez, Alice Krozer y Aurora Ramírez-Álvarez (los últimos tres en su calidad de investigadores de El Colegio de México), basado en una encuesta a cerca de 2,500 hogares de diversas zonas del país y que permite desentrañar el tema:
Los mexicanos desearían vivir en un país menos desigual y con más movilidad, pero no están dispuestos a redistribuir los costos para lograrlo. Las percepciones sobre la desigualdad y la movilidad social afectan las preferencias de redistribución en México. La forma de la desigualdad percibida proporciona nuevos conocimientos sobre por qué las personas toleran grandes diferencias entre ricos y pobres.
En primer lugar, las personas que pagan impuestos sobreestiman tremendamente la tasa impositiva que pagan. En promedio, los contribuyentes piensan que pagan una tasa de 40%, cuando en realidad se acerca más a un 23%. Así, hay una discrepancia en la percepción sobre el pago de impuestos y una consecuente sobrestimación.
Por otro lado, los pobres dicen que los ricos deberían de pagar una tasa del 50% y los ricos quisieran pagar un 32% (lo cual es más bajo de lo que se paga actualmente nominalmente). Ante la pregunta: "Si tuvieras un ingreso de 10,000 pesos, ¿cuánto darías para eliminar la pobreza y desigualdad?". Las personas de los estratos más pobres respondieron que darían el 15% de su ingreso, mientras que las personas de los estratos de mayor riqueza dijeron que aportarían el 7.5%. Entonces, los ricos quisieran pagar menos de lo que pagan y los pobres estarían dispuestos a pagar más de lo que pagan.
Alice Krozer, catedrática de El Colegio de México y coautora del reporte, lo explica así: “Hay una narrativa muy explícita acerca de la carga de los impuestos. Hay personas que suelen pensar que ese dinero ya lo ganaron y se los quieren quitar, en lugar de verlo como una redistribución o una especie de préstamo al gobierno para que provea servicios. Lo que pasa es que la calidad de los servicios es deficiente y entonces la gente no hace esa conexión tan inmediata”.
Frente a los impuestos gravita un coctel de percepciones, en las que pone el acento el estudio del CEEY.
En los contribuyentes con más ingresos persiste la percepción de que los impuestos son una doble carga ya que tienen que pagarlos y asumir el pago de un servicio privado. “Tienen esa mirada de que pagan bastante cuando, además, deben costear la escuela privada de sus hijos”, considera Alice Krozer. “Dicen: ‘¿para qué voy a pagar más por servicios que yo no uso?’. Es una mirada un poco egoísta”.
Una percepción más: quienes piensan en la meritocracia se preocupan menos por la desigualdad. “Si se piensa que hay una meritocracia, se da por hecho que hay una especie de igualdad de oportunidades. Las personas que piensan que la dimensión que nos debería de importar es la desigualdad de oportunidades podrían pensar que no importa tanto cuál es la desigualdad de resultados o de posiciones porque cada quien puede echarle ganas y avanzar”, añade Krozer, también doctora en Estudios de Desarrollo por la Universidad de Cambridge.
El problema con ello es que la desigualdad de oportunidades va de la mano de la desigualdad de resultados. No se puede tener una meritocracia en una sociedad desigual.