En términos propios, el carácter teleológico (del latín telos, que significa propósito) de la fenomenología existencial no es evidente. Desde una óptica científica, el universo parece, más bien, poseer un carácter ekinológico (del latin ekínisi, que significa comienzo) (S.Carol 2016). Es decir, en consonancia con las ideas del famoso pensador Pierre-Simon Laplace, las cosas suceden por lo que sucedió en el pasado, no por lo que sucederá en el futuro.
Aparentemente, esta línea de pensamiento despoja a la existencia de sentido y sincroniza con las mentes más pragmáticas y escépticas. Sin embargo, estamos hablando de la misma idea con diferentes términos. Incluso si lo analizamos con profundidad, ambos acercamientos se tratan de creencias axiomáticas erguidas para explicarnos racionalmente el derredor. Me explico mejor a continuación.
Primero, es crucial comprender que todo fundamento racional, por más consistente que parezca, se sostiene con axiomas que no tienen mayor explicación. Las “clásicas leyes físicas Newtonianas”, probabilidad, estadística, experiencias subjetivas y demás elementos —aparentemente— sólidos que utilizamos para comprender son solo instrumentos cognitivos, no la realidad en sí: el mapa no es el territorio. La mecánica cuántica ya nos ha dado una dura lección sobre las inconsistencias entre los paradigmas lógicos tradicionales y lo que sucede finalmente. Por lo tanto, la ciencia es mucho más frágil de lo que nos gustaría aceptar.
Pero, independientemente del anterior paréntesis epistemológico, el reto de identificar si existe una razón de ser es una cuestión tangible directamente relevante para nuestras vidas.
Entonces, ¿las cosas pasan por algo en el futuro o pasaron por algo en el pasado? La respuesta más penetrante es ambas. Los principios ekinológico y teleológico derivan en el mismo resultado. Supongamos que nos centramos en la visión utilitaria de que el presente es puramente resultado de los estados físicos pasados y asumimos que no existe evidencia sobre una razón de ser más allá de ello. En ese caso, también nos encontramos con configuraciones que marcan tendencias específicas hacia adelante. Por ejemplo, en cálculo diferencial, la primera derivada de una función determina cómo cambian todas las variables subsiguientes; es decir, el pasado marca la pauta para lo que ocurrirá en el futuro, lo cual implica un “objetivo” predeterminado.
La controversia principal se da por definir si dichas metas o configuraciones previas fueron “decididas” por una consciencia parecida a la que nosotros conocemos. Lamento informarles, queridos lectores, que sobre eso no tenemos la más mínima idea. Ni siquiera hemos sido capaces de entender qué es aquello que admite la experiencia consciente subjetiva en la mente humana, mucho menos podremos detectar si el cosmos lo sistematizó un esfuerzo “voluntario” similar. La probabilidad más prevalente es que fue creado por un proceso que no podemos entender, dadas nuestras limitaciones cognitivas como especie.
Por lo tanto, debatir sobre si la creación fue un evento aleatorio o preplanificado es fundamentalmente absurdo; ambas nociones son convergentes, presentan las mismas respuestas e interrogantes y ninguna ofrece conclusiones terminantes.