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WeWork. La economía colaborativa, 14 años después

Medir el poder de la economía narrativa nos puede prevenir tanto para valuar adecuadamente un valor, como para evitar ser parte de una catástrofe, cuando la historia se vuelve una pesadilla.
mié 15 noviembre 2023 06:05 AM
wework y bolsa
La economía colaborativa debería analizarse como una narrativa con resultados mixtos, surgida a finales de las primera década del siglo XXI, una historia de la que WeWork es protagonista.

(Expansión) - En realidad, WeWork podría sobrevivir a su declaración de quiebra, pero lo que resultará de este proceso ya no será lo mismo. La economía colaborativa está llegando a su madurez. ¿Qué tanto queda de esa narrativa de “nosotros”?

Al parecer, en México seguiremos viendo las amplias estaciones de café, y a los alegres jóvenes administrando espacios, llenos de pequeños empresarios, emprendedores y profesionistas independientes. México y América Latina se mantendrán funcionando, y son una división separada de WeWork Inc. De cualquier modo, las ubicaciones en estas latitudes no estarían entre las más onerosas para la empresa, que llegó a ser el arrendatario número uno de Nueva York, y el cuarto en San Francisco en 2018.

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El proceso de quiebra pasará por el desprendimiento de los contratos más caros que tenía firmada la empresa, y que le acarreaban pérdidas millonarias y una deuda imposible. Así podría sobrevivir. La mayoría de los analistas coinciden en que la idea de ofrecer oficinas compartidas es grande, un golazo. Lo que falló terriblemente fue la ejecución y el estimado del mercado potencial. Pero era parte de una bella narrativa, y esta cuenta más de lo que comúnmente se cree.

El auge de la colaboración

En 2019 el economista ganador del Premio Nobel Robert J. Shiller publicó un libro fundacional: Narrative Economics. En él propone el análisis de las historias que nos contamos, y cómo se vuelven virales e influyen en los mercados, a veces radicalmente. Shiller busca medir ese factor que va más allá de valuaciones, objetivos de mercado y casos de negocio. Su objetivo es prevenir algunos de los efectos más adversos las crisis económicas y depresiones.

En este contexto, la economía colaborativa debería analizarse como una narrativa con resultados mixtos, surgida a finales de las primera década del siglo XXI, una historia de la que WeWork es protagonista.

Nacida en 2010, WeWork es quizá la empresa que mejor brandeó el momento. Su fundador, Adam Neumann tenía el sueño de fundar una serie de negocios basada en “nosotros”. Su historia previa a la reciente quiebra se cuenta en detalle en la miniserie de Netflix We Crashed. A toro pasado reímos con la historia y nos preguntaremos cómo fue posible que la empresa llegara a esas alturas, pero lo más triste es que lo fue. La empresa llegó a tener un valor estimado de 47,000 millones de dólares, la mitad que todas las empresas de bienes raíces enlistadas en la bolsa de Nueva York. Eso es el símbolo de la insostenibilidad.

No había ninguna explicación para tal valuación que no viniera del concepto de economía colaborativa. Fue la gran historia que quisimos contarnos al finalizar la primera década del siglo XXI. La gran recesión global había terminado, ocasionada por la ambición de Wall Street. La gente comenzó a buscar una economía más humana, equitativa, justa. No queda claro que lo haya logrado.

Waze se fundó en 2006 como una aplicación que fabricaba mapas, pero rápidamente se adaptó en 2008 como una solucionadora de problemas de tráfico alimentada por los usuarios. El crowdfunding en su versión moderna, apoyada en aplicaciones móviles, cobró fuerza a partir de la crisis financiera, junto con el resto de la industria fintech.

Había algo emocionante en esta narrativa: rompía con lo establecido, era informal, retaba a los poderosos. Palabras como disrupción y equidad ascendieron en el discurso cotidiano. Incidentalmente (¿o no?), Bitcoin salió a la luz en 2009, como un reto a las divisas tradicionales y los bancos centrales.

La historia se agota

El tiempo pasó, y la narrativa de la colaboración ha comenzado a perder brillo. Uber comenzó a verse envuelto en diversas disputas con los gobiernos respecto de los derechos de sus Socios, que para muchos debieran llamarse empleados. La empresa ha ganado buena parte de los conflictos, pero esa relación ya no luce como un pacto entre iguales.

Airbnb ha sido objeto de cuestionamientos por parte de autoridades por el efecto inflacionario y de escasez que la renta para fines turísticos está teniendo sobre la vivienda. Waze fue adquirida por Google, mientras que Bitcoin vive su propio drama. El aura de la primera divisa blockchain se vio empañada por los efectos ambientales de su modelo operativo.

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En esta tendencia, la quiebra de WeWork podría dejar un negocio más sano, valuado a precios mucho menores, pero lo deja desnudo: es un negocio de bienes raíces, en donde un inversionista renta grandes espacios con descuento para arrendarlos a quienes necesitan oficinas más pequeñas o temporales. Descrita así, no hay emoción, ni disrupción, ni apego.

Medir el poder de la economía narrativa nos puede prevenir tanto para valuar adecuadamente un valor, como para evitar ser parte de una catástrofe, cuando la historia se vuelve una pesadilla.

Por otra parte, la economía colaborativa posiblemente dio su última señal de agotamiento como narrativa, pero los ideales de mayor solidaridad que le dieron forma continúan. Es momento de renovar la historia de la colaboración, quizá con los pies más en la tierra.

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Nota del editor: Edgar Rodríguez es Presidente de la Asociación Mexicana de Comunicadores (AMCO). Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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