Para mucha personas e instituciones, el concepto ESG (ambiental, social y de gobernanza) representa una derivación o incluso una evolución positiva de la sostenibilidad corporativa, mientras que otros lo ven simplemente como una nueva forma de greenwashing de las empresas que buscan “cobijarse” bajo este acrónimo, para dar una buena impresión a sus grupos de interés, en específico a los accionistas, inversionistas, autoridades y reguladores, sin realmente hacer cambios de fondo en sus operaciones.
ESG, sostenibilidad y desempeño financiero del negocio
Y es que, tanto como tendencia como por prioridad, la adopción de criterios ESG es hoy una realidad, que nos permite, no sólo un acercamiento, sino una integración entre el mundo financiero y el de la sostenibilidad, y que va más allá del debate que dicho concepto ha levantado en algunos países, trascendiendo incluso al ámbito político de quienes están a favor o en contra de su uso por parte del sector empresarial y del impulso que desde el sector público se le debería de dar.
Quitando estas excepciones, en la mayoría de los casos ha habido una buena aceptación del término ESG, en particular en el sector financiero, en el que a nivel internacional se han desarrollado diversas iniciativas para que estos criterios se vayan adoptando por parte de los bancos, las aseguradoras, los fondos de inversión, las bolsas de valores, y demás instituciones de este sector, para ser considerados en sus procesos y productos en adición a otros criterios meramente económicos o financieros.
Es así como se logra también trasladarlos a la economía real cuando, por ejemplo, para obtener el financiamiento de un proyectos se evalúan los impactos laborales o en biodiversidad que este tendrá en la zona donde será ejecutado, o cuando una prima de un seguro contempla los riesgos físicos y de transición frente al cambio climático de aquello que se está cubriendo, o cuando para un portafolio de inversión se considera también el desempeño social, ambiental y de gobernanza de las emisoras que lo conforman.
De esta manera, a través de estas buenas prácticas se impulsa a las empresas en general a hacer pública su información sobre responsabilidad social o sostenibilidad corporativa, para poder ser analizadas, evaluadas, rankeadas, etcétera, por parte de las instituciones financieras o proveedores de información que han adoptado estos estándares. En la mayoría de los casos esto se va dando de forma voluntaria, aunque a nivel internacional también ya empiezan a surgir regulaciones y solicitudes formales para que esto se vuelva una práctica obligatoria de transparencia y rendición de cuentas de las empresas hacia sus principales grupos de interés, más allá de lo que tradicionalmente se pide respecto al desempeño financiero de aquéllas que son públicas.
Pero el reto aquí es que al adoptar criterios o enfoques ESG, las empresas no se limiten a contestar una serie de cuestionarios puntuales con base en listados de indicadores específicos que les son solicitados, sino que realmente logren integrar la responsabilidad social o la sostenibilidad corporativa en sus modelos de negocio, en su forma de operar diariamente, en su estrategia y cultura organizacionales, para que como resultado todos estos temas sean gestionados de manera integral y hacia la mejora continua.
Lo anterior nos lleva también a contemplar el concepto de la doble materialidad que algunas empresas han empezado a usar para determinar los temas más relevantes o significativos en los cuales deberían de enfocarse para priorizar sus esfuerzos. Por el lado de la sostenibilidad, la materialidad debe considerar los impactos económicos, sociales y ambientales que la organización está generando, así como la perspectiva de sus principales grupos de interés y el contexto de su industria. Y por el lado financiero, este análisis también contempla las repercusiones que los temas de sostenibilidad tienen en el negocio o en su capacidad de generación de flujos futuros, dando una visión mucho más completa del desempeño de la empresa al integrar ambos enfoques.
En este camino hay mucho por hacer, pero afortunadamente se empiezan a dar algunos marcos normativos, herramientas e incentivos para avanzar en este sentido en donde la sostenibilidad corporativa y el desempeño financiero puedan integrarse de una mejor manera.
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Nota del editor: Jorge Reyes Iturbide es especialista en responsabilidad social empresarial y desarrollo sostenible y desde hace 19 años ha trabajado para diversas empresas y organismos nacionales e internacionales en proyectos de investigación, consultoría, desarrollo de estándares y educación ejecutiva en la materia. Actualmente es Director del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac (IDEA) de la Universidad Anáhuac México. Síguelo en Twitter y LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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