Consideremos pues esta colaboración como un norte corporativo aplicable, más que un recipiente de lamentaciones, injurias e improperios contra aquello que llamamos ‘el equipo nacional’.
Y como bienvenida, apenas cruzando el umbral de lo futbolístico, nos encontramos con un muy bien aplicado principio básico de la mercadotecnia, a rajatabla. Creo que reconocer el poder del consumidor, en este caso alrededor de 130 millones de clientes potenciales, es el pilar más sólido sobre el que descansa el producto denominado Selección Mexicana. Al cliente lo que pida. ‘Llegaremos al quinto partido’, ‘ahora sí conquistaremos Sudamérica’, ‘imaginemos cosas chingonas’, ‘¡sí se puede!’. Decirle al consumidor aquello que quiere escuchar.
Y ¿cuál es el ingrediente secreto de esta estrategia ganadora? ¿Nacionalismo, sentido de identidad, sentido de pertenencia, creación de comunidad, deseo de triunfo, el nuevo jersey original? Todas son correctas. Todas y todos somos México, por lo tanto, todas y todos estamos invitados a la fiesta.
A la fiesta que genera miles de millones gracias al retorcido patriotismo que, a lo largo de los décadas, los directivos han consolidado y perfeccionado; 3,600 millones de pesos sólo por derechos de transmisión, sin contar patrocinios, boletaje ni mercancía. Millardos y beneficios económicos única y exclusivamente para los empresarios, ¡y está bien! porque eso es justamente la Selección Mexicana, un negocio, ¡y vaya negocio! ¿A cambio de qué? De esperanza.
Sin embargo, en este punto es necesaria una reflexión enfática con tintes de aclaración y señales de advertencia: el futbol no es la patria. Mucho menos la guerra. La selección no tiene himno. México no es quien juega. Insisto, es un equipo de futbol, no más. Frases como ‘el equipo de todos’, ‘somos México’, y ‘jugamos todos’, no son más que una creativa retahíla confeccionada por los medios y por los de ‘pantalón largo’ para enardecer el pseudo nacionalismo del que ya hablamos, y por supuesto, fortalecer el ‘business’.
Y considero que, este discurso de patriotismo futbolero que pareciera estar más que desgastado y devaluado, social y económicamente continúa funcionado a las mil maravillas, al generar una derrama económica multimillonaria en nuestro país, y ¿qué decir de los dólares provenientes de la nostalgia de nuestros compatriotas en Estados Unidos? Y aquí sí, todos ganan; los restaurantes, los bares, los 2x1 en ropa tricolor, los viajes para ir a apoyar al ‘Tri’, las casas de apuestas…
Insisto, negocio redondo mediante la venta de un producto que promete nacionalismo (pero obviamente no lo cumple, ni de cerca), y del que la afición, es decir la población mexicana, no obtiene ningún beneficio más que la esperanza de ver a “su equipo” (que en realidad no lo es) triunfar y avanzar, o la decepción de que “México” (que en realidad no lo es) quede eliminado una vez más. Entonces, la esperanza, la expectativa y el morbo, venden.