En primer lugar, hay que mencionar lo obvio, presente tanto en su primer mandato como en los mensajes centrales de la campaña: el rechazo a ultranza a la migración –nuestro país, con un componente importante en ese tránsito de personas– y la amenaza de aranceles. Lo hizo en su primer mandato, cuando doblegó al entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, bajo amenaza de incrementar aranceles, con lo cual consiguió la militarización de la frontera sur en México; y lo volvió a hacer en el cierre de campaña, con la nueva amenaza de imponerlos en 25%.
Ahora bien, también se sabe que Trump es de lengua larga y que las bravuconerías en campaña no se traducen necesariamente en acciones de gobierno. Por ejemplo, nunca se construyó el muro fronterizo entre ambos países, tal cual amenazó con hacerlo.
Llevar a cabo la imposición o incremento de tales aranceles significaría en los hechos terminar con el tratado de libre comercio, que, por cierto, está próximo a su renegociación –junto con Canadá– en 2026. Aquí hay un claro riesgo para México: a juzgar por la forma en que se impuso Trump en aquella negociación, las perspectivas no son halagadoras para nuestro país.
Dada la profunda interdependencia entre las dos economías, las decisiones que adopte la administración Trump tendrán significativas repercusiones en el país.
Dentro de la “guerra comercial”, que muy previsiblemente atizará Trump contra China, un aspecto central es respecto a las cadenas de suministro y la política comercial que ha adoptado Estados Unidos desde la compleja experiencia de la pandemia de Covid-19, que ha hecho al país más proteccionista. Aquí México tiene una oportunidad perdida. Conceptos que entusiasmaban como nearshoring, friendshoring u onshoring, en los hechos, se van haciendo más volátiles, ante la política de protección de las manufacturas y los derechos laborales de los estadounidenses.
En esa lógica, es de esperar que el gobierno de Trump intente reducir los equilibrios comerciales –no solo con el gigante asiático– sino también con nuestro país, vía la imposición de aranceles.
En un ámbito multilateral, será importante ver cuáles van a ser las políticas a adoptar en mecanismos en los que ambos países son parte. Por poner algunos ejemplos, los compromisos sobre energías limpias y renovables de los que Trump sacó a Estados Unidos –la COP– durante su primera administración o los términos por aplicar a la OCDE relativos a su política fiscal global. La posible lógica sería tratar de revertir los avances en acuerdos globales de la administración Biden en materia de regulación financiera, tecnología, inteligencia artificial, ciberseguridad y medioambiente.
En cuanto a la fuerza laboral calificada y no especializada, la agenda Trump es bastante clara: controles mucho más estrictos para ordenar la migración que da lugar a empleos para trabajadores no calificados y, en el caso de los empleos de alta especialidad, que se incrementen los requisitos para obtener visados de negocios, en la lógica de privilegiar el capital laboral doméstico.