Estados Unidos definió al próximo presidente en cierre de fotografía. Donald Trump arrasó con casi todos los estados péndulos: consolidó un movimiento político que surgió de malestares sociales que nadie quiso ver a tiempo. Se cierra un ciclo que deja consecuencias de largo plazo en una democracia irreconocible, en donde pesa más la percepción y los sesgos de confirmación que el valor de las instituciones democráticas y de representación popular.
Los medios de comunicación y los resultados electorales en Estados Unidos
Quienes comenzaron a ejercer el oficio de reporteras y reporteros hace ocho años, se llevaron una sorpresa que haría evidente la falta de herramientas que se necesitarían para enfrentar el poder de las redes sociales en la sociedad digital. Donald Trump como presidente de los Estados Unidos se convirtió en un desafío constante para las mesas de redacción: el mandatario republicano tenía la habilidad para inventar narrativas falsas, pero extensamente aceptadas dentro de las audiencias, que eran casi imposibles de revertir y que generaban consecuencias funestas para el ámbito periodístico.
Donald Trump no inventó el hilo negro; las redes sociales nos demostrarían su poder de congregación (física y metafóricamente) durante otros eventos relevantes de la última década: el sismo del 19S, la pandemia de Covid-19, las elecciones en México de 2018 y 2024, la renovación de las democracias en América Latina desde 2023, etcétera. Los editores en jefe aprendimos a usar X (antes Twitter) como método de cajón en el diseño de agenda nacional e internacional. La estructura del algoritmo de los 140 caracteres permitía la actualización casi en tiempo real de eventos de interés público.
Desde accidentes y bloqueos viales, hasta temas de coyuntura con mayor complejidad. Los usuarios con talentos de síntesis e interpretación encontraron un lugar en el mundo digital para sentirse validados, motivados por defender sus argumentos. Las cámaras de eco son un proceso natural de los sesgos de confirmación, en especial de las audiencias especializadas que no encuentran los mismos intereses en sus círculos cercanos (de la vida real).
La desinformación se esparce por canales similares a los discursos de odio y a las cámaras de eco: aquello que resuene con la percepción de los ciudadanos, aunque sea falso, existe porque es nombrado y representa alguna preocupación real de las personas que no encuentran sus problemas representados en la agenda mediática.
La clase obrera en Estados Unidos sufre por temas económicos, aunque los medios especializados en finanzas digan que los indicadores macro fueron sobresalientes en la administración de Biden: la inflación de precios, incluso si es por un efecto natural de la recuperación económica postpandemia, es un impuesto regresivo si el mercado laboral no ofrece crecimiento de los salarios reales.
Las comunidades rurales se sienten segregadas en la captación de fondos para el desarrollo comunitario, aunque los expertos digan que el desarrollo económico puede equilibrar el récord de deuda pública que enfrenta actualmente los Estados Unidos. Los inmigrantes y la comunidad hispana sienten angustia por las condiciones migratorias que pondrían en riesgo su permanencia en el país donde ya echaron raíces. Los ciudadanos concentrados en áreas urbanas han sido testigos del deterioro al sistema de salud por la crisis del fentanilo. Pero pocas personas han visto reflejadas sus preocupaciones civiles en las agendas estándar de los medios tradicionales.
Los medios de comunicación ocupan un papel protagonista (que no les corresponde) para definir los temas que son relevantes en procesos democráticos: le han fallado a la ciudadanía para informarles sin sesgos políticos. Las redes sociales absorbieron la coyuntura política para diseminar información que pretendía manipular a las audiencias, y los medios de comunicación siempre estuvieron conscientes de este fenómeno. En lugar de proporcionar a la ciudadanía herramientas de verificación de información, se dedican a señalar “demográficos menos sofisticados” que segregaban a los usuarios por condiciones que no pueden controlar, como la educación universitaria o el nivel de ingreso.
En 365 días de renovación de las democracias, apenas voltearon a ver las necesidades reales de ciudadanos cansados de sentirse relegados por las clases políticas. No tenemos derecho a sorprendernos por los resultados de las elecciones en México y en Estados Unidos, mucho menos de culpar a los electores por ejercer su derecho civil al voto. Los medios informativos, y la presencia que tienen en redes sociales, han sido instrumentales para el deterioro de las instituciones y de la democracia por la omisión de su responsabilidad cívica.
Hay espacio para mejorar y replantear el papel de los medios de comunicación en la nueva configuración de la democracia. Nos conviene a todos.
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Nota del editor: Alejandra G. Marmolejo es profesora de ciencias sociales en el Tecnológico de Monterrey y miembro del Observatorio de Medios Digitales . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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