En aquel momento, la interrogante fue muy sencilla, ¿quieres ser famoso para estar en el Jet Set o para generar negocio?
En el primer caso, habría que generar conversación en los medios sociales y ponerlo en el lugar correcto; en el segundo, al sitio indicado había que agregar algo más complejo: la narrativa dura y pura. Necesitábamos datos de inversión; número de crecimiento del negocio en cuestión; una historia de éxito en el mundo empresarial; un conocimiento del sector; y por supuesto, un correcto manejo de la comunicación efectiva.
Es entonces cuando una inquietud relativamente sencilla se vuelve de lo más profunda cuando la analizas a fondo. Es ahí donde el consultor de comunicación o relacionista público (RP) se vuelve un verdadero estratega y puede dar un valor diferente al cliente, cuando se hace preguntas que en la cotidianidad no traes en la mente.
Los procesos que quieren trascender de creativos a efectivos deben enfocarse en hacer cuestionamientos que en el día a día se vuelven obvios, aunque toman otra relevancia cuando los haces en voz alta.
De acuerdo con diversos estudios, más del 80% de los problemas en las empresas vienen de una mala comunicación e incluso más del 40% de la rotación en los equipos se desatan porque no hay una correcta transmisión del mensaje. Y si hablamos del consumidor, si el mensaje atiende a sus valores personales, hay más de un 20% de posibilidades en que habrá intención de compra.
Con lo anterior viene el dilema, ¿cuánto porcentaje le toca al empleador y cuánto al empleado a la hora de presentar o conocer información? O, ¿qué tanto le toca a una marca ser efectiva en su comunicación y cuánto más al consumidor de buscar si quiere acercarse a ciertos productos o servicios?, así como ¿qué preguntas se hace alguien al comprar algo?
Sin duda, cada uno tiene su grado de oportunidad y podemos debatirlo. Lo que es innegable es que, al tener un consultor de comunicación, la obligación de este es poner sobre la mesa las interrogantes básicas de todas las partes, ¿qué?, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué?, y esencialmente ¿para qué?
El problema hoy es grave, porque en el día a día de los negocios, ante la saturación de mensajes, el ansia de generar facturas y la improvisación de profesionales de la comunicación, lo básico se obvia. Se sobre estima que esas preguntas están por defaul en un brief. No queda tiempo para sentarse y consultar ¿para qué?