Ansiedad y silencio: así se siente viajar en un auto sin conductor
La promesa de los coches autónomos se materializa en ciudades como Austin, donde Uber y Waymo operan con una flotilla de vehículos junto con socios humanos.
Austin, Texas. La primera vez que configuré mis preferencias en Uber para viajar en silencio no imaginé que lo haría sin un conductor. Mientras espero el vehículo en la acera bajo el calor de la capital texana, mi respiración se acelera. La gente observa con curiosidad los autos autónomos que circulan por la ciudad, algunos sacan sus teléfonos, otros siguen su camino. No hay nadie al volante, trago saliva y me preparo para entrar.
Desbloqueo la puerta con la aplicación, me acomodo en el asiento trasero y al iniciar el viaje se me indica que debo ponerme el cinturón de seguridad. Lo ajusto más fuerte de lo normal, para sentir un poco de control. El viaje inicia, el coche avanza con suavidad, pero en el instante en que acelera por primera vez un nudo se forma en mi estómago y mis hombros se tensan.
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La ansiedad aparece en las vueltas de calle y las frenadas en los semáforos. Con la respiración entrecortada, mis manos buscan algo a qué aferrarse y no intentar tomar el control del volante que se mueve solo. La tensión acumulada en el trayecto se me escapa en la forma de pequeños gritos de sorpresa, a los que le siguen, a veces, risas nerviosas.
Durante mi primer trayecto, Andrew Ferguson, vicepresidente de movilidad en Uber, me acompaña. Él habla sobre la evolución de la autonomía en los vehículos, pero mi atención está dividida. Por un momento, sin embargo, consigo olvidar que no hay nadie al volante y me enfoco en la charla, en los datos y en la visión de la empresa.
El recordatorio de que viajo en un auto sin chofer llega de golpe cuando, al acercarnos a nuestro destino, otro periodista cruza intempestivamente y siento un frenón violento. Mi cuerpo se echa hacia adelante y el corazón se acelera. Un conductor humano habría tocado el claxon, pienso, o se habría disculpado conmigo por el mal momento.
(Foto: Eréndira Reyes )
Lo humano aún se necesita
En mi segundo viaje me senté en el asiento del copiloto. La sensación es distinta, más inquietante. La ausencia de un conductor es evidente cuando miro de reojo y el volante se mueve solo. La pantalla en el tablero muestra la ruta, la velocidad, las opciones de entretenimiento.
En las curvas cerradas y maniobras de estacionamiento, la tensión regresa y me preparo mentalmente para una sacudida que nunca llega. La precisión del sistema es sorprendente, pero mantengo la esperanza de una reacción humana: un pequeño ajuste, un frenado más suave, una corrección instintiva. Todo es calculado y mecánico, sin embargo, hay algo hipnótico en la fluidez con la que el coche se mueve.
A diferencia de un viaje con un chofer humano, al pedir un Uber con Waymo llega una notificación que avisa que un vehículo autónomo está en camino. Para identificarlo, tus iniciales aparecen en la parte superior del vehículo y debes desbloquearlo desde la app. Una vez dentro, te colocas el cinturón y activas el inicio del viaje.
¿Quieres meter algo en la cajuela? Solo debes indicarlo desde la app y al momento en el que bajas del coche de forma automática se abrirá para que recuperes tus pertenencias y también cuando estás por llegar a tu destino final se te recuerda que no olvides nada. Como es Día de San Patricio, la pantalla del auto escribe un chiste sobre la efeméride: te pide no olvidar tu caldero lleno oro. Mi sonrisa no la ve un solo humano.
En este segundo trayecto recuerdo que voy en un vehículo autónomo, operado por docenas de cámaras y sensores, circulando por las calles de Austin y enfrentando con algoritmos los obstáculos de la vida urbana.
En la última curva, las direccionales marcan la vuelta a la izquierda. El auto avanza solo cuando detecta que los peatones han cedido el paso. Acelera más rápido de lo que yo lo hubiera hecho y el nudo en el estómago se me sube a la garganta y dejo escapar un leve grito. Mis manos otra vez buscan un objeto al cual aferrarse pero conforme avanzamos, empiezo a confiar en mi chofer invisible, pese a que la realidad de que no hay un humano detrás del volante no desaparece.
"El futuro del sector tendrá múltiples actores especializados en software y hardware. La tendencia es que estos dos elementos se separen, con compañías dedicadas al desarrollo de software autónomo y fabricantes de automóviles proporcionando la plataforma vehicular. Uber tiene ventaja en la gestión de redes, infraestructura, mantenimiento y servicios asociados al transporte autónomo, lo que será clave para la rentabilidad de estos vehículos", explicó Ferguson.
En ambos viajes, la distancia recorrida es de apenas cinco kilómetros que se traducen en 12 minutos. Cada que miraba la aplicación, sentía alivio al ver el destino acercarse. No hay conversación casual, preguntas triviales, ni recomendaciones de música. El factor humano, para bien y para mal, no existió.
Más allá de los inconvenientes, el viaje en un auto sin conductor es solitario, pero Uber trabaja en ajustes para brindarle a los usuarios una experiencia distinta.
Noah Zych, director de operaciones autónomas de Uber, destacó que la personalización será una de las principales ventajas de estos vehículos.
"Como hoy puedes elegir un viaje en silencio, podrás configurar la temperatura del auto o la posición de las ventanillas. En el futuro cercano, integrarás otros servicios desde tu cuenta para hacer el viaje más cómodo", apuntó.
En 2022 había 1.4 millones de vehículos autónomos en pruebas o de uso limitado, principalmente en Estados Unidos, China y Europa. Waymo lidera con su servicio Waymo One en Phoenix y San Francisco. Uber colabora con empresas como Aurora y Motional para integrar esta tecnología.
"En el modelo tradicional de Uber, el 75% de cada tarifa va para el conductor. En un mundo sin choferes, esos costos se redistribuirán entre distintos actores del ecosistema autónomo, lo que abre oportunidades para nuevos modelos de negocio", aseguró Ferguson.
Ricardo Pupo complementa sus ingresos como chofer de Uber en Austin y ya notó los coches de Waymo en la ciudad, pero aún no siente que afecten sus ganancias.
"Sé que estos vehículos se prueban en varias ciudades, pero mis ingresos siguen iguales. Lo que hago es ser cortés con los usuarios, mantener el coche limpio y recomendarles lugares para visitar, si quieren platicar", comentó.
Son las 22:30 horas y quiero ir a mi hotel a descansar. Abro la app de Uber, y en esta ciudad que me es desconocida, el transporte público no es una opción. Seis minutos más tarde, mi unidad llega. Desbloqueo la puerta desde la app, subo y me acomodo en el asiento nuevamente en silencio absoluto. Es mi tercer viaje en un vehículo autónomo.
Quizá sea la hora o la familiaridad, pero mi mente se relaja. Como mujer, tomar Uber en México implica siempre un nivel de alerta: evaluar al conductor, registrar placas mentalmente, medir posibles riesgos. Aquí no hay incertidumbre. No hay nadie a quien observar con cautela. Me recargo en el asiento y dejo que el silencio me envuelva. Por primera vez en el día, el vacío en el asiento del conductor me transmite paz en lugar de inquietud.
Al final de la jornada, mi percepción ha cambiado. Al inicio, cada arranque me daba ansiedad. Ahora, veo el coche como lo que es: una herramienta, una extensión de la tecnología integrada al paisaje urbano. No hay magia ni misticismo, solo código y hardware. ¿Es el futuro? Quizá, aunque por ahora es un trayecto que inicia con miedo y termina en calma.