Pero a contracorriente de esa narrativa, la administración Trump empezó a discutir la posibilidad de permitir que China acceda a un modelo anterior, como el H200. No sería el chip tope de gama, pero sí una pieza capaz de acelerar modelos de IA y centros de datos con suficiente potencia como para preocupar a los defensores del cerco tecnológico.
Lutnick lo planteó como un equilibrio, o sea mantener a China conectada al ecosistema estadounidense para conservar influencia y, al mismo tiempo, generar ingresos a empresas clave para la economía digital.
Dentro del propio gobierno de EU conviven quienes temen una erosión del poder tecnológico de Estados Unidos y quienes ven en este tipo de ventas un arma geopolítica más sofisticada, pues permitir acceso limitado a tecnología avanzada es una forma de moldear dependencias, de acuerdo con lo dicho por Jack Gold, en The Economic Times.
Nvidia, que domina casi por completo el segmento de aceleradores de IA, podría beneficiarse en ingresos, pero también enfrenta el dilema de vender a un país al que su propio gobierno considera un rival estratégico. Y China, urgida por abastecer sus centros de datos tras varias rondas de restricciones, encontraría en esta medida un respiro importante.
En respuesta a las restricciones de exportación, Beijing lanzó planes ambiciosos para multiplicar su producción doméstica de chips de IA. Un reporte del Financial Times indica que aspira a triplicar la producción de estos procesadores hacia finales de 2025.
Al mismo tiempo, el gobierno chino creó fondos estatales gigantescos como el China Integrated Circuit Industry Investment Fund para financiar compañías nacionales de semiconductores.