Se infiere, por tanto, que las larvas de escarabajo vivían −alimentándose, defecando y mudando− en plumas acumuladas sobre o cerca de un árbol productor de resina, probablemente en un nido, añade el investigador del IGME-CSIC.
Las plumas conservadas con los restos de escarabajo pertenecían a un dinosaurio terópodo desconocido, ya sea aviano (un término que se refiere a pájaros en sentido amplio) o no, puesto que ambos tipos de terópodos vivieron durante el Cretácico inferior y compartían tipos de plumas a menudo indistinguibles.
Las plumas estudiadas no pertenecían a aves modernas, ya que este grupo apareció unos 30 millones de años más tarde en el registro fósil, durante el Cretácico superior.
Los investigadores estudiaron otras tres piezas de ambar, cada una de las cuales contiene una muda de escarabajo aislada de un estado más avanzado de maduración, pertenecientes a la misma especie, lo que ha permitido una mejor comprensión de la anatomía de estos diminutos insectos, explica David Peris del Instituto Botánico de Barcelona (noroeste).
Estos ejemplares fueron encontrados en otros dos yacimientos de ámbar del norte de España, en Peñacerrada I (Álava) y El Soplao (Cantabria), de aproximadamente la misma edad que San Just.
“La investigación muestra que lo más probable es que el anfitrión terópodo emplumado también se beneficiase de la actividad de las larvas de escarabajo que se alimentaban de sus plumas desprendidas, supuestamente en los nidos, implicando una cierta limpieza de los mismos”, concluye Ricardo Pérez-de la Fuente, del Museo de Historia Natural de Oxford.
Con información de EFE