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OPINIÓN: Tres lecciones que debemos aprender de los votantes de Donald Trump

La campaña del candidato republicano se nutrió y sacó provecho de una ira política que trasciende un solo ciclo político y va más allá de una porción del electorado estadounidense.
mar 08 noviembre 2016 02:16 PM
Trascendental
Trascendental Para bien o para mal, las repercusiones del apoyo de millones de votantes blancos a la candidatura de Trump continuarán para la democracia estadounidense, mucho después de las elecciones. (Foto: Scott Olson/Getty Images)

Nota del editor: Peniel Joseph preside la Barbara Jordan Chair in Political Values and Ethics y es director fundador del Center for the Study of Race and Democracy en la Escuela LBJ de Asuntos Públicos de la Universidad de Texas en Austin, donde también es profesor de historia. Es autor de varios libros, el más reciente "Stokely: A Life". Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) – Los partidarios tanto de Donald Trump como de Hillary Clinton ven a Estados Unidos como un test de Rorschach, pues la misma imagen provoca representaciones radicalmente contrastantes del estado de la nación, la salud de nuestra república y el corazón palpitante de la democracia. Los grupos multirraciales de seguidores de Clinton tratan de mantener y crecer la Coalición Obama, un inédito grupo de votantes racialmente diverso que dos veces llevó a Barack Obama a la Casa Blanca.

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Al mismo tiempo, la hostilidad manifiesta de la campaña de Trump ante la idea misma de la igualdad racial o la diversidad ha despertado indignación, preocupación y aversión, manifestada incluso por la propia Clinton, quien calificó al menos a una parte de los partidarios de Trump como “deplorables”.

Estos partidarios de Trump, abrumadoramente blancos, hombres y de clase trabajadora, han sido los más criticados tanto por liberales como por conservadores, que han quedado horrorizados, por diferentes razones, por el comportamiento grosero exhibido en los mítines políticos destilando un toque de violencia racial, misoginia abierta y fervor anti-inmigrante y anti-musulmán.

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La violencia, que asume varias modalidades, como la intimidación a las mujeres periodistas, las amenazas a Clinton de imputarla, encarcelarla o someterla a juicio político, y las agresiones físicas contra los manifestantes anti-Trump se han convertido en un sello distintivo de esta agresiva temporada política.

Pero estos detalles, el combustible de tantas críticas y conversaciones durante semanas y meses, oscurecen una realidad importante.

Las representaciones de la mayoría de los votantes de Trump como parte de una clase obrera blanca venida a menos (que sueña con el regreso de esa añeja ventaja competitiva de Estados Unidos sobre el resto del mundo, con beneficios repartidos desproporcionadamente entre hombres blancos con relativamente poca educación) han oscurecido la historia más grande de esta temporada de elecciones: el hecho de que muchos partidarios del candidato republicano a la presidencia tienen muy poco en común con esas caricaturas de la clase trabajadora que figuran tan a menudo en la prensa nacional. Casi la mitad de los votantes de Trump en las primarias republicanas tenían títulos universitarios, por ejemplo.

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Es cómodo asumir que el estilo intolerante de Trump apeló principalmente a la población blanca sin educación que vive en zonas rurales racialmente segregadas, regiones postindustriales del medio oeste que terminaron víctimas del cambio de las chimeneas industriales y el trabajo fabril a una economía globalizada que valora a los ingenieros altamente cualificados más que a los trabajadores del acero. Pero no es cierto.

Con todo, una parte de esa narrativa es verdad. El apoyo de Trump ha sido abrumadoramente blanco, mientras los sondeos ubican a los votantes negros en un solo dígito y el apoyo de los latinos en veintitantos por ciento. También es verdad que los hombres y mujeres de raza blanca sin estudios universitarios favorecen masivamente a Trump.

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Sin embargo, 30% de las mujeres blancas con estudios universitarios y 40% de los hombres blancos con estudios universitarios también apoyan al candidato cuyo eslogan "Make America Great Again" ha devenido en una amenaza tanto como un lema de campaña. Y aunque los votantes rurales apoyan eufóricamente al magnate inmobiliario, el electorado suburbano tampoco se queda muy atrás: el 44% de ellos expresan su apoyo, junto con el 28% de los votantes urbanos.

¿Qué hacer con ese numeroso y diverso grupo de votantes blancos que expresa su apoyo a un candidato que muchos críticos han ridiculizado como nada menos que un profeta del odio y la división cuya campaña ha amenazado con desgarrar el tejido mismo de la república?

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Es importante hacer tres observaciones, quedarnos con tres enseñanzas. Estas lecciones, derivadas más del comportamiento del votante "tranquilo" de Trump que de aquellos cuyas furiosas bravatas llenan el aire, nos enseñan importantes lecciones sobre nosotros mismos como país, lecciones que haríamos bien en no ignorar en los meses y años por venir.

Primero

La campaña de Trump se nutrió y sacó provecho de una ira política que trasciende un solo ciclo político y va más allá de una porción del electorado estadounidense. Su campaña ha galvanizado a diversos grupos de millones de estadounidenses blancos, de una variedad de circunstancias y antecedentes educativos, geográficos y económicos.

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Muchos de ellos se sintieron atraídos por su crítica a la corrupción de Washington, sus ataques cáusticos contra Hillary Clinton y su grandilocuente menosprecio -"di las cosas como son"- a la diversidad racial, étnica y religiosa de nuestra nación. Para esos votantes, Trump no es tanto el fantasma anacrónico de un pasado racista como alguien que dice la verdad, sin miedo a ser políticamente incorrecto.

Segundo

El argumento de "el menor de dos males" no es una razón suficiente que inspire a millones de estadounidenses a implicarse políticamente.

La larga historia de Hillary Clinton en el servicio público merece elogios y críticas sustanciales, pero la narrativa pública configurada por los críticos de la derecha, los principales medios de comunicación y los numerosos errores de la propia candidata ensombrecieron esta comprensión de Clinton como política y como persona.

Mientras Trump disfrutaba de su papel de proveedor de insinuaciones y maestro del caos, Clinton seguía siendo con frecuencia una figura lejana, incapaz de conectarse emocionalmente con muchos de los grupos electorales por los que afirmaba luchar apasionadamente.

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Tercero

Lo más crucial, la raza importa. Y mucho. La candidatura de Trump sacó provecho de la doble conciencia de la ansiedad racial en la sociedad americana. Por un lado, tenemos el temor histórico, la satanización y la criminalización de los cuerpos negros, reflejado en el uso constante de Trump de frases cifradas o codificadas como "Chicago", “ley y orden" e "inner city" (barrios pobres): metáforas diseñadas para sugerir la venida de un apocalipsis racial.

Igualmente importante, Trump capitalizó la ansiedad económica de la población blanca en todos los ámbitos, comprendió -de una manera que los neoliberales de Washington no lo han hecho- la marginación de la clase trabajadora blanca con educación universitaria en una economía cuyos beneficios han sido aplastantemente acaparados por el 1% de los más ricos.

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Si "Black Lives Matter" capturó el espíritu de los movimientos de base por la justicia racial y económica en la era de Obama, "Make America Great Again" desveló la rabia, la ansiedad y la amargura de los estadounidenses blancos atenazados por el temor de una decreciente movilidad económica, fatigados por la discusión nacional de las muertes de negros a manos de policías e inseguros sobre a quién culpar.

En un mundo donde cada vez más negros y blancos viven, van a la escuela, trabajan y mueren en comunidades segregadas, en mundos separados, esta fue quizás la parte más fácil del ascenso de Trump.

Para bien o para mal, las repercusiones del apoyo de millones de votantes blancos a la candidatura de Trump continuarán para la democracia estadounidense, mucho después de las elecciones del martes. De ignorar las consecuencias de estos impulsos, nuestro carácter nacional y nuestro destino político pagarían un alto costo.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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