OPINIÓN: ¿Una mujer para presidente de EU? Imposible sobrestimar el impacto
Nota del editor: Roxanne Jones, editora fundadora de ESPN Magazine y exvicepresidenta de ESPN, ha trabajado como productora y reportera para el New York Daily News y The Philadelphia Inquirer. Fue nombrada Mujer del Año 2010 por Women in Sports and Events. Es coautora de "Say It Loud: An Illustrated History of the Black Athlete" y actualmente dirige Push Marketing Group. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – En una soleada mañana de otoño hace ocho años - un día después de que Estados Unidos eligiera a su primer presidente negro - le tomé una foto a mi hijo de 14 años cuando salía por la puerta para tomar el autobús escolar. Y noté que era un poco más alto que antes, con su pelo afro un poco más esponjado y grande. Su sonrisa traslucía entusiasmo por el futuro.
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¿Las mujeres y las niñas de Estados Unidos llegarán a sentirse así algún día?
Nos encanta decirles a nuestras hijas e hijos que pueden lograr cualquier cosa, convertirse en cualquier cosa que se atrevan a soñar. Estudia duro, trabaja duro, decimos, y no hay límite a lo que puedes alcanzar.
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Ese era el mantra en mis años de primaria. Un buen sentimiento. Pero dudo que mis bienintencionados maestros blancos realmente creyeran que aplicaba a personas como yo. Sabían que no bastaba con soñar para que una niña negra -o cualquier niña de hecho– alcanzara su máximo potencial.
En nuestra cultura dominada por los hombres, donde todavía tenemos que lograr la igualdad racial, de género o económica y donde la justicia para todos sigue siendo una noción elusiva, traicionamos esas ambiciosas palabras todos los días. Y con todo, nos aferramos desesperadamente a esta hermosa y necesaria mentira. Porque creer lo contrario es admitir la derrota.
Si somos afortunados, el destino interviene y lo inimaginable sucede. Sucede el presidente Barack Obama. Nos liberamos de la mentira y el potencial de repente se vuelve realidad. En uno de los momentos más brillantes del país, los estadounidenses de todas las ideologías se unieron, más de 69 millones de personas, para elegirlo. Los votantes negros acudieron a las urnas en números récord y le dieron el 95% de sus votos. Esa noche en 2008, se sentía como un jubileo.
Hoy, ocho años después, Hillary Clinton es la primera mujer nominada por un partido importante para ser presidente de Estados Unidos. De nuevo, tenemos la oportunidad de liberarnos de la mentira. Armada con un historial de experiencias y logros que la convierten en una de las personas más calificadas en la historia para postularse al cargo (francamente avergüenza a su oponente, Donald Trump) Clinton promete luchar por los derechos de las mujeres y la igualdad salarial.
nullElla promete defender a las familias trabajadoras, los niños y los inmigrantes. Propone recortes fiscales para la clase media y planes universitarios asequibles. Y para aquellos de nosotros que sentimos que nada de esto importa si no se ataja la brutalidad policiaca y el encarcelamiento masivo de estadounidenses negros y morenos, Clinton se compromete a impulsar reformas en la justicia penal y trabajar para desmantelar el sistemático racismo que corrompe a nuestra nación.
Escuchar la visión de Clinton para Estados Unidos es querer creer, otra vez.
Aunque estamos cansados del divisionismo de Washington en los últimos ocho años, y de la que ha sido la temporada de campaña más desagradable que hemos visto, todavía anhelamos una visión más brillante. La primera dama Michelle Obama la compartió hace poco en Carolina del Norte:
"Este candidato nos pide que nos volvamos unos contra otros, que construyamos muros, que tengamos miedo. Y luego está la visión de Hillary para este país: una visión de una nación poderosa, vibrante y fuerte, lo suficientemente grande como para que haya cabida para todos. Una nación donde cada uno de nosotros tiene algo muy especial para aportar y donde siempre somos más fuertes juntos".
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Para los estadounidenses negros en particular, el efecto de la elección de Obama no puede sobreestimarse. Es casi imposible recordar el optimismo de 2008 (si yo no hubiera estado allí, creería que fue un sueño), y en ese día de noviembre, ninguno de nosotros comprendió de verdad cuán profundamente afectaría la elección el curso de nuestra nación, nuestras vidas, nuestras familias.
Pero ese día, mi hijo cambió. Mi barrio de Brooklyn cambió. Se volvió más feliz, más amigable, más diverso.
Nos volvimos más activos en materia política y nos involucramos más en los problemas de nuestra comunidad. Mi hijo se convirtió en un líder en el aula, en la cancha de baloncesto y entre sus compañeros. Se fijó ambiciosos objetivos universitarios y de carrera que nunca flaquearon. Mostró un nuevo sentido de propósito y fuerza interior.
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Obviamente, sería absurdo atribuirle al presidente Obama todos esos cambios. Todo lo que sé es que cada noche antes de que mi hijo se fuera a la cama y cada mañana cuando se levantaba, miraba el póster del presidente Obama que había colgado en su pared, el mismo póster que después se llevó a la universidad y más recientemente a su primer apartamento cuando se hizo ingeniero.
Su madre, con la fe restaurada, regresó a la iglesia para rezar por la seguridad y el éxito de nuestro presidente y de nuestra nación, algo que la mayoría de la gente negra que conozco todavía hace fielmente todos los días. Después de Obama, me aboqué más a la tutoría y el servicio comunitario.
En el trabajo, yo también parecía más alta, sonreía más y me fijé nuevas metas, decidida a prosperar en mi mundo de ESPN. Pero cada vez era menos importante demostrar que podía sobresalir en un ambiente cargado de testosterona y más vital alcanzar un propósito más elevado. Observar a esa hermosa familia negra en la Casa Blanca amplió mis horizontes. Comencé a pensar de manera muy diferente sobre mi potencial y mi propósito en esta tierra.
Puedes concordar o no con su política, pero Hillary Clinton, de llegar a la presidencia, cambiará el mundo. Ella continuará redefiniendo la forma en que vemos la condición femenina en Estados Unidos -y no solo para las mujeres blancas- para cada uno de nosotros.
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Incluso ahora veo un nuevo entusiasmo en los ojos de las niñas de mi barrio cuando hablan de Hillary Clinton, atreviéndose a soñar: "¿Crees que realmente gane?" me preguntan. "Estoy tan nerviosa", dijo Sofía el otro día. Todos lo estamos.
La idea misma de una mujer en la presidencia es algo que estas niñas nunca imaginaron, no a una Hillary Clinton, y tristemente, ni siquiera a ellas mismas.
Hillary Clinton les ha enseñado algo nuevo. Gane o pierda, ha inspirado a las niñas para que aspiren a algo más que la fama que viene con una Beyoncé o una Katy Perry. Pues si bien son mujeres talentosas e inteligentes, necesitamos un modelo más diverso de feminidad que eleve a nuestras hijas más allá del ámbito del entretenimiento, o incluso un paso más alto en la escalera corporativa.
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Clinton, con sus pantalones conservadores y su conducta estudiosa, enseña a las niñas (y nos recuerda a todos) que para que una mujer domine el escenario mundial, no necesita usar sensuales lentejuelas ni realizar admirables rutinas de baile. Puede ser maravillosa por su cerebro, su visión, sus ambiciones para el mundo. Sus metas pueden extenderse más allá del matrimonio y la maternidad, hacia ayudar a otros y servir a su país.
Hillary Clinton es un ejemplo de esto para las niñas, las jóvenes y también las mujeres mayores. Ha demostrado la valentía, pero también el intelecto y la visión para dar un paso adelante y liderar. Ha tenido la tenacidad de mantenerse de pie frente a cada pelea o fracaso en su vida profesional o privada. No se considera inferior a ningún hombre.
null¿Por qué es esto tan importante? Si nuestra nación ha de convertirse en algo más grande de lo que es hoy, las cosas deben mejorar para las mujeres, que representan el 50.8% de la población.
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Es el momento. Es el momento de promover una visión de la mujer en la que nuestro valor no se mida por lo bien que podemos manipular a los hombres o el éxito que alcancemos en una cultura dominada por los hombres. La lucha por la igualdad de las mujeres nunca ha sido exclusivamente sobre las libertades sexuales. Se trata de mi derecho a existir plenamente sin limitaciones económicas y legislativas manufacturadas por los hombres para interferir con mi capacidad de controlar mi destino, mi cuerpo y mi mente. Hillary Clinton entiende eso.
Hillary Clinton no resolverá todos nuestros problemas. No puede deshacer el divisionismo de los últimos ocho años, o más de 300 años de esclavitud y segregación. No puede mágicamente empoderar a cada mujer, especialmente porque muchas de nosotras, engañadas por la adulación o los estilos de vida llamativos, nos negamos siquiera a considerar las profundidades de nuestra opresión. Hemos sido condicionadas a valorarnos a nosotras mismas a través de los ojos de los hombres.
Pero una generación de mujeres y hombres estadounidenses aprenderán algo nuevo: a nunca subestimar el poder de una mujer. Desde el principio de la creación, hemos sido determinadas para la grandeza. Hemos gobernado sobre ricas culturas y naciones. Las mujeres han liderado muchas de las economías más exitosas de hoy, incluyendo India, Gran Bretaña y Alemania, e incluso países progresistas más pequeños como Costa Rica y Liberia. Las mujeres liderando el mundo no es una noción nueva. Es hora de que Estados Unidos se ponga al día.
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